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TE QUIERO, BEGO

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Putin ha hecho un resumen inteligente. Se ha sumado a la revolución sin la estridencia de la brutalidad. Si hoy sucede otra cosa me comeré mi sombrero. Pero este tío ha comprendido la situación. Ha llegado la 'primavera eslava', que es mucho mas fría que la árabe y que, en consecuencia, puede mantener vivos durante más tiempo los espíritus alterados. Yo mismo he hecho varias revoluciones y ninguna ha sido igual. Aunque todas tenían un punto de coincidencia, estaban a la moda, eran hijas de su tiempo. Recuerdo que en Pamplona las chicas de clase bordaron con sus nombres una visera de un 'gris' arrebatada de una manifestación a cambio de una solemne paliza. Eran aquellos tiempos y, sinceramente, yo no daba ninguna importancia revolucioanaria a mis actos jóvenes.

A la nueva revolución rusa la llaman 'primavera eslava', reflejada en el espejo de la 'primavera árabe'. Espejo, espejito mágico, ¿quién es la más guapa revolucionaria? Caen en la cuenta mis queridos colegas rusos de que en ese levantamiento priman los vaqueros que lleva mi hija adolescente y que no hay ningún motivo, ningún objeto de deseo. Todos deseábamos lo que siempre han deseado los jóvenes: follar. Parecer más guapos, arriesgados. Reivindicar el respeto que nos hacía más autónomos, empezando por nuestros padres y, si me apuran, acabando en el Estado. Qué bueno resulta para un joven darse de bruces con unos tiempos interesantes.

Yo también he creído pertenecer a alguna revolución. Todas persiguen, cómo no, galvanizar el levantamiento popular, sin enterarse, convencidas, y ése es su peligro para los déspotas, de que utilizan una herramienta contrastada en la historia para acabar con el que abusa del poder. En el desierto son primavera y en Rusia son invierno. Unas utilizan las banderas y otras el Ipad, que, como relata un colega, comprenden a otros jóvenes que han dejado de ir a tomar sus 'lattes' (café con leche) en los cafés chic de Moscú y San Petersburgo porque las protestas se llevan más. Dicen que los chicos vuelven tras las refriegas a los cafés para aprovecharse del wifi y hablar sobre nuevas protestas.

Siempre creí que la revolución formaba parte de una acampada. Me convenció el Che en motocicleta. Pero no me malinterpreten: yo, los míos, los del Tahrir, los de la Plaza Roja, somos temibles. Es lo que ha debido de entender el 'destroyer' Vladímir Putin, autorizándonos a manifestarnos. Algo que ni él ni nosotros esperábamos. Elecciones limpias, mejores coches, mejor ropa. Internet y la televisión es su bandera nívea, la que hace temblar a Putin, el 'empalador'. La que, como refieren mis colegas, ha luchado en revoluciones que han derribado regímenes en Georgia, Ukrania y Kirguistán, la que alimenta el movimiento juvenil de las protestas callejeras.

El bordado de la gorra que arrebaté en una manifestación antifranquista solo decía: «Te quiero, Bego». Habían equivocado mi nombre.