Lágrimas tecnócratas
No está mal que de vez en cuando los gobernantes se muestren afectados por el daño general
Actualizado: GuardarQue una ministra rompa a llorar en público tiene su punto de moraleja. Ya sabemos que a la política hay que venir llorados, pero también la política al uso adolece de insensibilidad y no está mal que de vez en cuando los gobernantes se muestren afectados por el daño general. Así que entre esos dos polos andamos después de ver la llantina de Elsa Fornero, la ministra de Trabajo del gobierno Monti, en la rueda de prensa donde anunció a los italianos su drástico plan de ajustes. La anécdota resulta más llamativa teniendo en cuenta que se trata de una tecnócrata, de una mujer de hierro puesta ahí para tomar medidas duras sin que le tiemble el pulso y tal vez para complacer más a los mercados, al BCE y a las agencias de calificación que a la parroquia interna. Esta mujer tiene muchos puntos a su favor para aparecer en el World Press Photo del año como el rostro humano de la crisis, desplazando a mendigos, a desahuciados y a parados que se queman a lo bonzo. Siempre hay un momento de esplendor y transformación que engrandece al ser humano, incluso al más siniestro, y esa epifanía suele coincidir con el llanto. Ahora bien, en política la mejor lágrima es la becqueriana, la que no asoma a nublar la pupila aunque la procesión vaya por dentro.
En su acertado y acerado libro 'Lágrimas socialdemócratas' Santiago González ha reflejado muy bien la obscenidad de los líderes que prefieren mostrarnos sus llagas antes que tomar las riendas de los asuntos que hemos dejado en sus manos. Inspirar compasión es la mejor de las corazas frente a la crítica adversa. Como en el fondo estamos programados para la empatía, el político sabe que haciendo pucheros provocará en el ciudadano una reacción instintivamente favorable, lo cual dejará en suspenso todo el engorroso asunto de las responsabilidades y le dispensará de rendir cuentas de su gestión. La moda de la comunicación emocional en política nos sitúa en un terreno donde no es fácil distinguir los límites entre sinceridad e histrionismo, entre las actitudes sentidas y la impostura sobreactuada. Pero hay una cosa cierta: ver prorrumpir en llanto a una persona que debe tomar decisiones sobre nuestro futuro siempre da mala espina. Además de meter el miedo en el cuerpo, transmite debilidad. «No se puede llorar y pensar a la vez -escribe Jules Renard en su 'Diario'-, porque cada pensamiento absorbe una lágrima».
En la mesa de operaciones, el paciente no quiere ver a un cirujano compungido, sino a uno resuelto y capaz aunque le ponga cara de pocos amigos. A todos nos ha conmovido el disgusto de Elsa Fornero, pero ojalá no cunda el ejemplo porque no están los tiempos para melindres ni para concursos de popularidad. Cuando la gente espera ideas claras y acciones firmes, inspira bastante poca confianza ver a un político vencido ya sea por la compasión, ya sea por la representación.