El duque de York se ve relacionado con un nuevo caso de tráfico de influencias
Actualizado: GuardarEl desmentido fue inmediato. El palacio de Buckingham rompió ayer su tradicional silencio en torno a la familia real británica y cortó de raíz unas controvertidas afirmaciones sobre los negocios e intereses comerciales del príncipe Andrés. El segundo hijo varón de la reina Isabel está una vez más en el centro del huracán, con nuevas alusiones en la prensa sobre su presunta disponibilidad para actuar de comodín en el turbio espectro del tráfico de influencias. «Es completamente falso», juran los portavoces palaciegos.
La imagen del duque de York ha sido en esta ocasión utilizada por una compañía de relaciones públicas asociada al Partido Conservador y con estrechas conexiones con la familia real británica. Fundada por Tim Bell Pottinger (el gurú de las campañas electorales de Margaret Thatcher), la agencia que lleva su nombre asesora a líderes mundiales y está especializada en gestionar la «reputación» de políticos, ejecutivos y empresarios, además de regímenes extranjeros y marcas comerciales en 60 países y en cualquier medio de comunicación. Ahora está en cuestión el buen nombre de la propia firma y de algunos de sus más destacados clientes tras una investigación publicada por el diario 'The Independent'.
Bell Pottinger cayó en una trampa periodística tendida por el Bureau For Investigative Journalism (Despacho para el Periodismo de Investigación), formado por un grupo de profesionales sin ánimo de lucro con centro de operaciones en la City University de Londres. Miembros del Bureau se hicieron pasar por intermediarios del Gobierno de Uzbekistán, que solicitaban asesoramiento para «promover las buenas relaciones» con Reino Unido.
Tres altos ejecutivos de la empresa de relaciones públicas, incluidos su presidente, David Wilson, y el director ejecutivo, Tim Collins, asistieron a sendos encuentros con los supuestos portavoces de un régimen totalitario que grupos de presión denuncian entre los más represivos del mundo. Sin embargo, el desprecio por los derechos fundamentales y la tortura de rivales políticos se quedaron en un segundo plano frente al beneficio potencial de captar un nuevo cliente en un país de Asia Central rico en petróleo y algodón.
Las conversaciones fueron grabadas clandestinamente. Su contenido está saliendo a la luz esta semana, poniendo en apuros al Gobierno de David Cameron y a la familia real británica. En la entrevista, los altos directivos de Bell Pottinger presumieron de ejercer una enorme influencia en el Ejecutivo y el Parlamento británicos gracias a la amistad que les une con ministros, diputados y asesores especiales de los dos partidos miembros de la coalición, los conservadores y los liberales-demócratas.
Wilson y Collins mencionaron frutos recogidos para clientes del sector privado, como la inclusión de la polémica ley sobre fraude de los derechos intelectuales y comerciales durante el último viaje a Londres del presidente chino, Wen Jiabao. Los mismos profesionales se precian en uno de los encuentros de haber conseguido con su mediación que el ministro británico de Negocios, Vince Cable, visitara recientemente la fábrica de automóviles Lotus.
700.000 euros anuales
Downing Street negó en un principio la influencia de Bell Pottinger y otras agencias en la política del Gobierno. Pero, ayer, la oficina del primer ministro aceptó que los llamados profesionales del 'lobbying' (intermediarios políticos) pueden efectivamente alterar la estrategia del Ejecutivo siempre que la medida propuesta esté en línea con los intereses nacionales o de las empresas británicas.
En cambio, el palacio de Buckingham se resiste a dar marcha atrás en su rotunda defensa del príncipe Andrés. El presidente de Bell Pottinger explicó a los falsos portavoces de Uzbekistán que la firma mantiene conexiones con la familia real y que la dictadura asiática podría beneficiarse de una visita del duque de York. Según la propuesta de Wilson, el viaje del príncipe formaría parte de «una estrategia general», en un plan que su empresa diseñaría para establecer conexiones entre el régimen totalitario y Reino Unido. Y, en un duro golpe a la imagen del príncipe, el director de la reconocida agencia señaló: «Los medios de comunicación vienen sugiriendo que Andrés es propenso a ir donde le lleve la chequera; es decir, la gente le paga para que viaje a ciertos países».
El duque ejerció durante una década como embajador especial en comercio exterior e inversiones. Era un cargo oficial, no remunerado, que costó al contribuyente británico en torno a los 700.000 euros anuales en gastos de viaje y pernoctación. Con sus frecuentes salidas al extranjero, particularmente a países autoritarios de Oriente Medio, se ganó el apodo de 'el millas aéreas'. Pero una serie de escándalos relacionados con el uso del cargo en beneficio personal le forzaron a dimitir el pasado verano. Desde entonces la misión diplomática del duque se limita, teóricamente, a suelo británico y a promocionar, en particular, la contratación de aprendices en la industria.
La investigación publicada por 'The Independent' sugiere que el duque de York aún podría ser de utilidad en una región que conoce bien. En diez años de visitas, Andrés ha estrechado relaciones con empresarios que luego le han devuelto el favor. Entre ellos se menciona a Timor Kulibayeb, yerno del presidente de Kazajistán, quien adquirió la residencia rural de la familia del príncipe Andrés, Sunninghill House, por encima del precio de mercado y cuando llevaba años deshabitada y su deterioro era obvio.
Pero Buckingham insiste en la inocencia del tercer hijo de la reina. «Es totalmente incierto que Bell Pottinger, o cualquier otra firma de relaciones públicas, ejerza ninguna influencia en las actividades del duque de York, tanto en Reino Unido como en el extranjero», señalaron ayer los portavoces reales. El comunicado recuerda que los viajes de la familia se deciden y gestionan a través del «independiente Comité de Visitas Reales, en el que el Gobierno está representado a un alto nivel».