La bicicleta fue uno de los medios de transporte que usaron los tres aventureros. :: LA VOZ
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La vida y la muerte, según el Ganges

Gonzalo Suardíaz realizó el viaje siguiendo el cauce en un viaje a pie, en bicicleta y kayak Un gaditano recorre los más de 2.500 kilómetros del río hindú en una expedición de dos meses

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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De la vida a la muerte hay un tránsito que bien conoce el triatleta gaditano Gonzalo Suardíaz y sus dos compañeros de viaje, el corredor madrileño Juan Antonio Alegre y la esquiadora sueca Elin Bernhard. En concreto, para estos tres aventureros estos dos estados de la naturaleza están separados por 4.100 metros de altitud, 50 días de travesía y un viaje de 2524 kilómetros que superar únicamente con medios humanos. Esa es la cuantificación de una gesta que suena tan exótica como arriesgada: realizar una expedición a los largo del río Ganges desde su nacimiento en el Glaciar de Gaumukh en la planicie del Tapoban (una de las más altas del mundo) a la desembocadura de Ganga Sagar.

Toda una aventura -financiada con los 6.000 euros del patrocinio de la caja de ahorros BBK y denominada 'De la Vida a la Muerte'- que ha llevado al equipo ha superar constantes desafíos físicos, culturales o demográficos. Todo ello en 65 días de viaje y 50 de expedición que culminaron el pasado lunes con su llegada a una Madrid que ahora se les antoja «silenciosa» y respetuosa en cuanto a tráfico se refiere. «Todavía ando adaptándome después de tanto tiempo fuera».

Dos meses de viaje que se suman a otros dos previos que ya estuvo en la India por motivos laborales para traerse de vuelta una maleta cargada de recuerdos y sensaciones. Y aunque sintieron «meterse en la boca del lobo» e «incluso un poco de miedo» o llegaron a vivir «momentos duros»; nunca se plantearon abandonar.

Sus retos fueron transformándose durante el viaje. Del reto físico que supuso superar las montañas del Himalaya, comenzó «el desafío demográfico», como lo califica Elín, con la cantidad de personas que se acumulaban a su alrededor cada vez que paraban (en el valle del Ganges viven 750 millones de personas). Y es que, como recuerda Juan Antonio, atravesaron «multitud de poblaciones donde jamás habían visto a un extranjero anteriormente. «La gente nos miraba como si fuéramos extraterrestres y aquellos que tenían un teléfono móvil no dejaban de hacernos fotos» recuerda el madrileño.

El gaditano y sus compañeros realizaron toda su aventura -en la que se fundía deporte, cultura y religión- exclusivamente con medios humanos. Del trekking, pasaron a las pedaladas en bicicleta (unos 15 días a unos 100 kilómetros diarios), el impulso de los remos de las canoas y la vuelta al trekking para alcanzar su destino final.

Momentos únicos

Esfuerzo físico que les dejó lugar a multitud de anécdotas inolvidables. En su segundo día de navegación llegó lo que el grupo recuerda como «una auténtica pesadilla». «Por momentos parecía como si remásemos ante un cementerio flotante», reconoce Suardíaz en referencia a los cadáveres que son arrojados al Ganges (la tradición hinduísta establece la tradición de arrojar las cenizas, excepto las personas sin recursos para comprar tanta madera, las mujeres embarazadas, los bebés o los hombres sagrados, los sadhus). «Sabíamos antes de ir que podríamos encontrar algún cadáver, pero lo que vimos superó nuestras expectativas», reconoce Gonzalo.

Si tuviera que quedarse con un momento, el gaditano no lo duda, su llegada a Varanasi. Una ciudad «fascinante» a la que llegaron al límite de sus posibilidades tras pasar días «pasando penurias». La ciudad santa supuso su punto de inflexión, en el ecuador del camino. Bihar, el más pobre y peligroso subcontinente indio les llevó a Calcuta tras pasar por Farakka. La «ciudad de la alegría» sirvió para recordarles que tan solo les restaban 150 kilómetros para llegar al agua salada. Allí Elín vertió al mar una botella con el agua del origen del río. Todo un viaje exterior e interior que esperan poder plasmar en un libro de fotografías y que bien les ha valido pasar «de la muerte a la vida». «Es como si hubiéramos vuelto a nacer», reconocen.