Pereza constitucional
Actualizado: GuardarUna de las bondades con que tradicionalmente se ha querido adornar los textos constitucionales es la inmutabilidad, la rigidez, es decir, su resistencia al paso del tiempo. Modificar una Constitución ha sido y es un mal asunto, pues denota una transitoriedad incompatible con la naturaleza incorruptible de las esencias sagradas. Establecido el dogma de la incorruptibilidad constitucional, a la mayoría de los constitucionalistas no les importó que una vez cerrada la puerta del sagrario, la llave fuese arrojada al mar de las buenas intenciones, pues en lo sucesivo bastaría con poner todo el empeño en el noble oficio de «guardar y hacer guardar la Constitución».
Pero de buenas intenciones, dicen, está lleno el infierno. Y de allí, del infierno, les parece a muchos que proceden las voces que insisten en desacralizar esa cosa de origen humano que hemos venido en llamar Constitución. La resistencia a hacerlo sólo puede significar desconfianza hacia la madurez de la ciudadanía, del pueblo, de ese mismo pueblo cuya sabiduría se proclama cuando interesa. Ni que decir tiene que el constitucionalismo fue un gran 'invento'. Una valiosa herencia «que reclama el compromiso por la libertad, la igualdad y el imperio del derecho». Otra cosa son las Constituciones. Es necesario aclarar hasta qué punto, cierto racionalismo ilustrado combinado con oscuros y poderosos intereses de clase, consiguieron que las Constituciones, incluso las actuales, terminaran siendo verdaderos y eficaces obstáculos para la realización efectiva de ese compromiso por la libertad, la igualdad y el imperio del derecho, unos principios que no acaban de superar (hoy podemos comprobarlo) el plano de la teoría.
Y es que las Constituciones actuales, la nuestra también, manifiestan una dolorosa obsolescencia que las está condenando a la irrelevancia: garantizar el desarrollo de una economía de mercado que se ha revelado inhóspita para el ser humano, y favorecer una democracia representativa que tiende a representar cada vez a menos gente, resulta ser una intolerable parodia de un constitucionalismo que necesita urgente y profunda revisión. Hay ya muchos constitucionalistas que así lo reclaman. Y el pueblo ha comprobado recientemente que el dogma de la incorruptibilidad es un auténtico camelo. Todo está, pues, maduro. Pero 'la pereza constitucional' está rígidamente potenciada por la misma Constitución.