Algunas salinas organizan los domingos despesques para atraer a mayor número de clientes. :: FOTOS CEDIDAS POR PARQUE NATURAL BAHÍA DE CÁDIZ
Ciudadanos

Esteros naturales en peligro de extinción

El sector intenta potenciar la tradición de los despesques y la calidad de sus productos para sobrevivir a la crisisLa burocracia a la que se enfrentan los propietarios pone en riesgo esta actividad artesanal

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Si hay un elemento característico en el paisaje del Parque Natural de la Bahía de Cádiz ése es el de las salinas. En él reposan la memoria de los salineros, los restos de viejos molinos de mareas a la espera de ser rehabilitados y toda una vida dedicada a la sal y a la pesca sostenible que se deriva de ella. Pero este idílico paisaje camina con paso firme hacia su extinción. La larga burocracia a la que se enfrentan los antiguos propietarios de las salinas, ahora reconvertidos en concesionarios, hacen mella en las fuerzas de los pocos explotadores que quedan en la Bahía.

José María Derqui no pudo elegir mejor nombre para sus esteros ubicados entre El Puerto de Santa María y Puerto Real. Los Desamparados. Así se siente él, desamparado, frente a todo el papeleo que se acumula en su despacho mientras camina por sus salinas con la vista puesta en el horizonte. «Estamos al límite», confiesa, «y la culpa es de las administraciones».

Para poder explicar la situación actual hay que remontarse algunos años, incluso algún que otro siglo, atrás. En el siglo XIX el negocio de la sal comenzó a prosperar. La necesidad de conservar el pescado durante el mayor tiempo posible contribuyó al despegue de este negocio. Derivado del trabajo de las salinas se hacían los despesques que no es otra cosa que el antecesor natural de las piscifactorías en el que se cría un pescado rico y de calidad. «Por aquel entonces siempre se hacía una fiesta con los clientes de las salineras y las autoridades para celebrar el buen año», cuenta Derqui. Pero la llegada de la industria, dio el primer golpe de gracia. Comenzaron a bajar los precios y a agilizar el proceso lo que dejaba a las salineras tradicionales en clara desventaja. Para poder competir, los esteros se refugiaron en la venta de pescados que cultivaban de forma natural y en potenciar el aspecto tradicional de su trabajo.

Románticos y etnológicos

Pero llegó la burocracia y volvió a dar otro golpe al sector. Con la Ley de Costas se expropió a los salineros de sus terrenos y los convirtió en concesionarios. «Ahora cada vez que queremos cambiar algo en las salinas debemos ponernos en contacto primero con la Junta de Andalucía y luego con el Gobierno Central para que, a través de la Demarcación de Costas, nos dén permiso». Un proceso que en la mayoría de los casos se alarga demasiado y convierte cualquier intento de mejora en un sueño imposible. «Lo peor es que quien debe tomar la decisión no tiene ni idea de cómo se hacen las cosas aquí y lo que de verdad es sostenible», cuenta José María Derqui. «Tenemos más de románticos y etnológicos que de rentabilidad económica», cuenta.

Pero la burocracia y la industrialización no son los únicos enemigos que le han salido a los esteros tradicionales. Además del cultivo de la sal, el sector sobrevive gracias a la cría de pescados de esteros engordados de forma natural y ecológica. «Cada cierto tiempo abrimos las compuertas y entra varias especies de alevines, no discriminamos ninguna porque la variedad contribuye a mejorar el cultivo». Un proceso lento y costoso que en la mayoría de los casos no compensa al propietario. «Los pescaderos le dan igual importancia al pescado que viene de un estero tradicional que al que se ha criado de forma intensiva cuyo proceso es más barato y de peor calidad», explica Derqui. De forma que el comprador sólo distingue la diferencia entre ambos productos en base a su precio. Es por este motivo por lo que cada domingo, organizan despesques tradicionales con el objetivo de atraer turistas e interesados y compren el pescado en las mismas instalaciones.

Pero existe otro gran enemigo al que se enfrentan estos productores artesanos: las aves. En el último año se han registrado una población entre 5.000 y 7.000 cormorones, una especie de ave que se queda en las salinas y se come todo el pescado que puede de los esteros. Según los cálculos del sector, estiman que durante la pasada temporada, esta especie se comió el 65% de la producción total lo que se traduce en unas pérdidas de 450.000 euros. «Hemos intentado ponernos en contacto con las administraciones para que nos ayuden a solventar este problema pero volvemos a chocar con la burocracia», cuenta José María Derqui.

Ante esta situación, el sector ha presentado una moción en todos los ayuntamientos de la Bahía para que muestren su apoyo al sector y agilicen todos los trámites burocráticos.