MALOS PASOS FINALES
Actualizado: GuardarHe aprendido, en la escasa medida de que soy capaz, que se tiene algo ganado para que alguien tenga la bondad de leer el artículo de un señor al que no conoce de nada y opina de todo, si el autor habla de lo mismo que le preocupa a su presunto lector. Siempre hay donde escoger, pero escasean los asuntos que no depriman por igual al que los trata y al que los considera intratables. La yernocracia está dando mucho juego. Urdangarín le ha echado una mancha en la solapa a la Casa Real y no es fácil llevarla al tinte. Los golfos de levita son insaciables. Tampoco habría que descartar el complicado tema del desalojo del Valle de los Caídos, que no se les cae de la boca a los retocadores de la llamada Transición, pero ese va a traer más cola de la que se formó cuando el difunto pasó a mejor vida. También merecería una reflexión serena la propuesta de una sanidad pública solo para pobres o el tenebroso gabinete del señor Blanco, que firmaba en el chasis, que era lo que tenía más cerca, teniendo en cuenta que su despacho estaba en una gasolinera.
Entre tantas cosas, para probar una vez más mi egoísmo, quiero detenerme, con la promesa de volver, sobre la situación de los pensionistas. Todos nos han dicho que eran intocables, pero les están tocando hasta sus partes más intimas y parejas. Números cantan y la capacidad adquisitiva de los veteranos que cobran una jubilación «que en la mano no se ve» se ha reducido en un 2,9. Un disparate. Los decimales aterran también. Las cifras que para otros son inapreciables estremecen a seis millones de jubilados españoles.
La vejez, que siempre es una crisis de esperanza, se ve engrosada con la crisis económica de la que se habla a todas horas y en todas partes. «Hablo de los muertos porque son de mi bosque». Los que aún estamos aproximadamente vivos sentimos piedad por los pensionistas. O sea, por nosotros, dentro de unos días.