Finca de La Gabriela, cerca de Setenil, donde se produjeron los disparos. :: A. ROMERO
Ciudadanos

«Si llega a dispararme un milímetro más allá, me quedo en el sitio»

El herido de bala recuerda que iba a comprar unas tierras al agresor, pero éste le disparó para robarle el dinero

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Ha sobrevivido a un disparo en la nuca y, sin embargo, habla con una naturalidad y una templanza increíbles. J. D. recibió un tiro hace una semana (el pasado 14 de noviembre), mientras intentaba asaltar una finca, casi en ruinas, entre Setenil y Alcalá del Valle. Le disparó a traición uno de sus cómplices en el robo, que lo dejó malherido en mitad del campo. Por suerte, un vecino de la zona lo encontró tirado en la cuneta de una carretera, y le salvó la vida. Ayer, después de una semana hospitalizado, este joven de 28 años recibió el alta, volvió a su casa en Sevilla y habló por teléfono con este periódico.

J. D conoció al hombre que le disparó «hace unos tres meses» en el barrio sevillano de Bellavista. Se llama Antonio V. -«jamás olvidaré su nombre», admitía el sevillano-, tiene unos 40 años y es natural de Alcalá del Valle, pero al parecer residía en «un hostal» del barrio sevillano. «Sabía que estaba enganchado y que había vendido una casa por dos duros. Decía que tenía otras tres fanegas de tierra sembradas de olivos, así que yo y mi socio fuimos a verla, para invertir. Pero cuando llegamos, vimos que no se podía construir en ella y nos echamos para atrás -explicaba ayer J. D.-. Debió de pensar que llevábamos el dinero encima e intentó robarnos». De ahí el disparo.

A pesar de esta versión de los hechos, J. D. reconoce que en el momento del balazo estaba robando en una finca. Le acompañaba Antonio V. y el otro hombre con el que fue a ver las tierras. Según fuentes de la investigación, habría al parecer una cuarta persona, que logró huir, pero J. D. afirmaba ayer que era totalmente «incierto».

¿Por qué decidieron robar en aquel cortijo semiabandonado? Según J. D, después de que Antonio viera frustrada la venta de las tierras, convenció a los dos sevillanos para que robaran en aquella finca, conocida como La Gabriela, situada a unos tres kilómetros de Setenil. «Nos engatusó -se justificaba ayer- nos dijo que ese cortijo era de un familiar suyo que le debía dinero», así que intentaron «partir la puerta para llevarse cuatro herramientas». Cuando J. D. y su socio se agacharon para forzar el portón del edificio medio en ruinas, Antonio le descerrajó supuestamente un balazo en la nuca al primero.

La sangre salía a borbotones

«Me quedé 'engarrotao' como si fuera una chincheta, mi cuerpo no me respondía», recordaba ayer el sevillano, que sin embargo sacó fuerzas de flaqueza y se puso de pie. Anduvo unos «doscientos metros», pero le «salía sangre a borbotones» de la nuca y al poco rato de moverse, volvió a caer al suelo. Por suerte, había alcanzado la carretera, por donde pasó «un hombre mayor con su coche» que le encontró moribundo, «si no, no hubiera durado ni diez minutos».

Según J. D, Antonio también intentó matar a a su «socio», pero falló. «Se le encasquilló la pistola, así que lo tiró por un terraplén, donde rodó varios metros», explicaba el sevillano. El agresor se dio supuestamente a la fuga en el coche del herido. El amigo, que solo sufrió magulladuras, llamó a la Guardia Civil para advertirles que J. D. estaba gravemente herido, pero cuando los agentes llegaron a la finca, la víctima ya no estaba allí. Encontraron mucha sangre y cuando el 'socio' explicó a los guardias civiles lo ocurrido, estos lo detuvieron por el supuesto robo. Según J. D, lo liberaron esa misma tarde.

Cuando J. D. fue recogido en la carretera solo acertaba a pronunciar el teléfono de su casa. Aquel vecino que lo encontró por casualidad lo llevó al centro de salud de Setenil y de allí, en helicóptero, lo trasladaron hasta el hospital de Ronda. Finalmente, acabó en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla, donde ha permanecido una semana hospitalizado, mientras se recuperaba de la grave herida de la nuca. «Si llega a darme un milímetro más allá, me hubiera quedado en el sitio», admitía ayer, sin que en su voz se adivinara ningún atisbo de rencor. Ni un insulto a quien casi le había matado.