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El factor suerte

En estos tiemposes normal que el pueblo confíe en la fortuna porque la vamos a necesitar

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Del presidente saliente se dijo en sus mejores momentos que tenía 'baraka', esa especie de fortuna que los hombres 'providenciales' parecen disfrutar; y es cierto que temporalmente una conjunción astral positiva le ayudó a gobernar de aquella manera sin apenas coste político ni electoral. Luego le fue esquivo el destino, se acabó rompiendo la vajilla y el niño se escurrió por el sumidero. Ahora ya tenemos un nuevo inquilino a las puertas de la Moncloa y como dicen los toreros en el patio de caballos : ¡qué Dios reparta suerte¡ O sea: 'baraka'. La suerte entre nosotros siempre ha sido un ingrediente doméstico de primer orden. A quien le va mal en la elección de pareja se explica porque «la pobrecilla ha tenido mala suerte»; si alguien triunfa en los negocios la clave es «la suerte que ha tenido ese...» y si por el contrario alguien anda rondando los comedores de Caritas, se disculpa porque «la suerte le ha vuelto la espalda». Antes de que la ONCE edificase una eficiente organización empresarial a caballo entre el juego y la beneficencia, España jugaba 'a los ciegos' y gastaba en sueños una peseta para el cupón adquirido al vendedor que entretenía sus horas a la intemperie oyendo el transistor. Aquí se ha jugado al azar como en pocos sitios y hasta cuando un chico se va de exámenes da igual que sea de conducir, de inglés, o de oposiciones a notarías sus allegados le despedirán deseándole suerte para que se le aparezca el Espíritu Santo en los momentos de ofuscación.

Desde los 30 millones de pesetas que cazó aquel albañil en los años sesenta con 'una de catorce' y se le bautizó como 'Gabino el de los millones' todo españolito que se precie guarda en un recodo del alma la esperanza de dar un pelotazo que le libere del valle de lágrimas, del trabajo o del paro, del pueblo o de la urbe. Aunque no juegue ni siquiera en Navidad. En última instancia, desear suerte también lleva implícito el propósito de conjurar el mal fario, otra de las constantes de la sociología popular. Porque del mismo modo que existe una inclinación a confiar en el destino también habita entre nosotros un sentimiento trágico de la vida y no se puede negar que, efectivamente, los países necesitan un poco de suerte para transitar por la historia. Nosotros tuvimos suerte con Carlos III y mal fario con Fernando VII, infortunio y desventura con hombres de la política en las épocas turbulentas de uno y otro bando. Y luego una gran estrella con Adolfo Suárez...

En estos tiempos de confusión es normal que el pueblo confíe en la suerte porque la vamos a necesitar. Para que la prima de crédito no se desmadre y el nuevo presidente acierte con la brigada de incendios; para que la Merkel se anime a veranear en Mallorca, para que a los chinos ricos les dé por comprar pisos en la costa y así ir saliendo de agujero.