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LA ABSTENCIÓN Y LA CONCIENCIA

Antes, el buró financiero trataba de manejar a los dirigentes elegidos. Ahora directamente manda a 'los muchachos' a encargarse del local

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Es una de esas normas de corrección política, de convivencia, ecuménica. Hay que ir a votar, al que sea, pero ve. Te lo dicen en los mítines, en los informativos, en las cenas con amigos y hasta tus padres. El abstencionismo tiene mala prensa en la vida pública y en la real. Desacredita y descalifica. Parece propio de inconscientes, irresponsables, indolentes y hasta lunáticos que renuncian al sacrosanto derecho a decidir. En el caso español, esa sensación choca con unos niveles de abstención que son más altos que en otros países del entorno europeo. Es decir, está muy feo decirlo, confesar y defenderlo pero luego lo hacen muchos. Resulta horrible parecerlo, pero no importa serlo. Y a esa segunda parte nos enfrentamos muchos hoy. Ya no es que dudemos entre ir o no, es que ni siquiera sabemos por qué hay que avergonzarse por no ir, por qué hay que ocultarlo, maquillarlo.

Es respetable el sentimiento de conquista que tuvieron nuestros mayores respecto al voto. Es comprensible que lo adoren como ese logro fundamental que fue, porque nada se valora más que lo perdido. Pero los que solo recordamos la vida en democracia (sea en el grado que sea) tenemos también la opción histórica de considerar que es un derecho viciado, teatralizado, que aparenta mucho y decide nada. Quizás ya no lo valoremos y tengamos más facilidad para decepcionarnos cuando comprobamos su uso.

No hablamos ya de pactos bastardos, contra la voluntad obvia del elector (PP-IU, por ejemplo), ni de una Ley Electoral que capa nuevas opciones antes de que se desarrollen. Ni siquiera de listas abiertas o limitación de mandatos... En nada de eso influyó que la mayoría de los votantes lo defendiera porque, como los monarcas, solo pueden hablar si se les pregunta y su respuesta pasa luego por una factoría. No se trata ya de esas pequeñas derrotas crónicas. Es la sensación mayor, creciente, de que el voto es inservible.

En la última semana, justo la que ha precedido a la jornada electoral española, ha quedado claro quién manda. Ya no se trata de chascarrillos con buscar la papeleta de Merkel y Sarko. Es que directamente los economistas se han presentado en los despachos gubernamentales y les han dicho a los representantes de la gente, esos que votamos hoy, que se vayan, que ellos se encargan.Y no recuerdo que nadie les eligiese. Resulta paradójico lamentar la caída del dirigente europeo más (presuntamente) repulsivo, zafio, salido, ávaro y corrupto, que usó el Estado como escudo antifiscales y se meó en la linde que separa los intereses particulares de los colectivos. Pero asusta el método usado para apartarle. Llegan tres tíos del BCE, del FMI o de cualquier otra sigla con sus trajes impecables, abren la puerta y dicen: «Tiene usted que marcharse. Ya no confiamos en usted». ¿A quién repersentan? ¿Qué tiene que ver con la voluntad popular que nos ensalzan hoy como aliciente para ir a votar?

Que el buró financiero pueda en 15 horas lo que no consiguieron o quisieron jueces, oposición ni ciudadanos en 15 años aliviará a los más rencorosos pero aterroriza a los demás. Nadie merece un atropello mortal, ni el conductor suicida. Ni Berlusconi. A Zapatero le invitaron a tirarse por la ventana antes de que le empujasen. A Papandreu le han aplicado el mismo ERE. Ya se hacen cargo los tecnócratas, que se echaron las manos a la cabeza cuando el griego dijo vacilando: «Un momento, que voy a preguntarle a esta gente». Casi se termina de caer el Partenón del terremoto.

Queda claro quién manda aquí. El dinero y la banca internacional, ya sin careta. Antes, trataban de camelarse a los dirigentes elegidos, de seducirles, manejarles o chantajearles. Ahora, directamente, mandan a ‘los muchachos’ a que se hagan cargo del local, ni siquiera se ocultan en la trastienda. Son los especialistas, los profesionales sin ideología, los que ofrecen protección para el negocio que amenazaron antes. Los mecánicos que han jodido la máquina aposta para volver a pasar una inmensa factura por arreglarla.

Dejaros de ideologías, dicen, como si hubiera más. Abandonad toda política. Pero decidir en cuantos plazos se paga una deuda, fijar qué porcentaje se rebaja la nómina de un funcionario o a qué edad te dan según qué medicamentos gratis son algunos de los actos de mayor contenido político que imaginarse puedan. Y los van a realizar ellos, ‘los profesores’.

¿Y debe avergonzar la abstención al que decida no ir? ¿Importó lo que votaron italianos y griegos?

Los que aún no sabemos si votar tenemos claro, al menos, que el gesto nunca nos pareció más inútil.