ESPAÑA

EL RIESGO DE LAS EXPECTATIVAS

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Los partidos han dado la vuelta a la esquina del ecuador de campaña y emprendido el sprint final hacia el 20-N. Los populares, 'superfavoritos' en las encuestas, se centran ahora en consolidar el electorado proclive al cambio y, a medida que pasen los días, se presentarán convertidos en políticos centristas buenos y benéficos, sin intereses partidistas ni obsesiones ideológicas, cual ángeles asexuados y puros, dispuestos a salvar el país de las penas del infierno a base de mucha confianza en el futuro. Los socialistas, que aparecen en todas las previsiones como los grandes perdedores, aceleran la marcha para darlo todo en un último contraataque, con la manifiesta intención de desenmascarar la evasiva y balsámica campaña de sus adversarios. Rubalcaba no va a ahorrarse ni una gota de combustible para este incendio, no vaya ser que Felipe González le diga después que le faltó un telediario para salir airoso. Según los últimos estudios, al PSOE le espera un auténtico hundimiento y parece que su candidato solo puede aspirar a luchar contra las expectativas para que la valoración postelectoral le resulte menos perversa. El audaz socialista aspira a quedarse después de la hecatombe al frente del PSOE para amargarles la vida a los triunfadores mientras su partido se reinventa. Los del PP le temen más que a un nublado, conocen bien su astucia y capacidad para hilvanar cualquier táctica en el regate corto. Todavía dicen que hay tiempo para que se saque un as de la manga y les arruine las previsiones. Es el miedo y no la razón lo que les dicta ese pensamiento. La historia demuestra que los procesos de vuelco electoral suelen ser imparables. La insultante mayoría que los sondeos otorgan al partido de la oposición llegó a provocarles temblor de piernas. Intentaron negar las evidencias y restar credibilidad a las proyecciones demoscópicas que les acercan a un número de escaños histórico e inédito. Pretendían así evitar la movilización de la izquierda, la desmovilización de los propios y el síndrome de las expectativas, sabedores de que un apoyo menor del esperado -lo que suele ocurrir- puede convertirse en un fracaso. Sólo a escasas jornadas de que se abran las urnas, Rajoy se soltó la melena y aventuró un pronóstico: «Creo que vamos a ganar». Es lo máximo que está dispuesto a arriesgar.