Aniceto y su hijo Daniel trabajan juntos. «Mi padre aporta la genialidad y yo el conocimiento empresarial». :: VICENS GIMÉNEZ
Sociedad

Un español en la meca de la relojería

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Desde Oliva de Mérida, un humilde pueblo de Extremadura, hasta la elitista Académie Horlogère Des Créateurs Indépendants (AHCI) en Ginebra. Este es el insólito periplo vital de Aniceto Jiménez Pita, maestro artesano del reloj, que con su ingenio y creatividad ha conseguido ganarse un puesto en el selecto club de los mejores relojeros del mundo. El único español en lograr semejante hazaña tiene su propia marca, Pita Barcelona. Sus exclusivos e innovadores relojes de gama alta se venden en el mercado internacional con precios que oscilan entre los 4.000 y los 23.000 euros.

Recibe a este periódico en su pequeño taller en Barcelona. Entre montañas de herramientas, tuercas y tornillos desparramados, relojes por arreglar, papeles con notas y bocetos de futuras creaciones, muestra con orgullo sus tesoros: una máquina de taladrar de precisión, un torno de relojero «de poca fuerza pero mucha velocidad, porque aquí trabajamos con piezas muy pequeñas», un compás de centros «que verifica que las ruedas estén bien», un microscopio. Aparatos de aspecto tosco, de los que se sirve para fabricar, con su singular mirada y meticulosa destreza, verdaderas joyas.

En las estanterías del taller se apilan montones de libros y revistas, la mayoría de ellos en alemán. «Como soy autodidacta me he tenido que espabilar y aprender de autores extranjeros, porque en España apenas hay tradición», explica. Es un «apasionado» de su trabajo. El mecanismo del reloj siempre le ha maravillado, pero hay algo que le produce especial satisfacción: «Comprobar que soy capaz de sorprender a los demás con mis creaciones, mostrarles que lo imposible puede convertirse en realidad».

Ese infatigable espíritu creativo le llevó, tras muchas noches en vela, a concebir una de sus más destacadas innovaciones: el Oceana. El primer reloj «completamente sumergible». Resiste a 5.000 metros de profundidad gracias a un particular sistema de puesta en hora que permite hacer la caja estanca, sin ningún orificio por el que se pueda colar el agua. Pero Pita quiere llegar aún más lejos: su objetivo es un reloj que resista los 10.000 metros de profundidad, que llegue «hasta el fondo de las Fosas Marianas», precisa con ojos brillantes. El punto más profundo del mundo, en el Océano Pacífico, al este de las Filipinas.

Sus colegas en la AHCI le describen como un «genio». «Sus relojes son diferentes a todo lo que hemos visto antes», asegura el danés Sven Anderson, miembro de la selecta asociación de la que Pita forma parte desde 2006.

El primer reloj de agua

Su entrada en la prestigiosa liga de los mejores relojeros fue la culminación de un largo recorrido que comenzó en su Extremadura natal. Nacido hace 64 años en plena posguerra en un pueblo agrícola, los relojes fueron sus primeros juguetes. Desde muy pequeño destripaba todo mecanismo que cayera en sus manos para maravillarse con su funcionamiento e inventar nuevos artilugios para marcar la hora.

Dice que a los 11 años creó, «sin saber ni siquiera que ese aparato tenía nombre», un reloj de agua valiéndose de las ruedas de un despertador antiguo, un corcho y una polea. En esa época difícil se ganó sus primeros duros arreglando los relojes de los vecinos del pueblo, hasta que su padre, que trabajaba como ebanista, decidió hacer las maletas rumbo a Barcelona para poder sacar adelante a su familia de ocho hijos.

El adolescente Pita, recién llegado a Barcelona, quiso ganarse la vida con la relojería, pero era un campo complicado y tuvo que pluriemplearse: repartía en una pastelería los sábados y domingos, durante la semana estudiaba Oficialía Industrial en la rama de mecánica, lo que le posibilitó entrar luego a trabajar en la fábrica Siemens de Cornellá, y por las noches se dedicaba a su gran pasión: arreglar relojes.

En 1971 consiguió montar su propio negocio: una pequeña tienda de relojero-reparador en un barrio obrero de Barcelona. Un trabajo que «puede llegar a ser un poco cansino, porque acabas hasta el gorro de reparar siempre el mismo tipo de reloj». Así que en sus ratos libres, entre arreglo y arreglo, dio rienda suelta a su creatividad. Diseñó piezas «que nunca me atreví a enseñar a nadie» e investigó para crear un nuevo sistema de puesta en hora alternativo al Remontoire, común en la mayoría de relojes.

«Veía que ese sistema daba muchos problemas, que era el causante de muchas de las averías que me llegaban al taller». Tras días y noches enteras de investigación en su pequeño taller dio con la solución: el PITA TSM (Time Setting Mechanism), una simplificación del Remontoire que elimina la corona y permite poner el reloj en hora por el fondo de la caja. Patentó el sistema y, tras recibir el aliento de sus colegas, se atrevió a presentarlo a la AHCI. Le aceptaron de inmediato.

Gaudí, su inspiración

«Su ingreso en la academia significó entrar en una liga diferente: la del mercado internacional», indica Daniel Jiménez, hijo de Aniceto. Ingeniero informático con un MBA en Esade, ayuda a su padre a no perderse en el complejo mundo de los negocios. Forman un equipo perfecto: «Mi padre aporta la genialidad y yo el conocimiento empresarial». Padre e hijo exponen sus piezas en la prestigiosa feria de Basilea Baselworld, la Belles Montres de París y hasta en Japón y China.

De momento venden sus relojes mayoritariamente por internet -www.pita.es-, pero ya tienen distribuidores en Japón y Estados Unidos. Los comentarios en su muro de Facebook muestran que sus creaciones enamoran a clientes de medio mundo: desde un sueco que envía unas fotos presumiendo de su reloj Oceana mientras hace submarinismo en el Índico, hasta un estadounidense de vacaciones en Hawai que asegura que «está disfrutando enormemente de su reloj», al que describe como «sumamente funcional y original».

El Oceana se fabrica en series cortas. El año pasado se vendieron 70 unidades y este año planean alcanzar las 99, con precios que rondan los 4.000 euros. Para los modelos de la línea Premium, elaborada en oro, con precios que oscilan entre los 11.000 y los 23.000 euros, se fabrican piezas únicas. De esta línea se vendieron 12 unidades el pasado año. Los clientes pueden personalizar su reloj con piezas que la empresa importa desde Sudáfrica, Dinamarca, Alemania y Japón.

Un fuerte componente internacional para una firma que, no obstante, mantiene un estilo genuinamente mediterráneo, inspirado en la arquitectura de Gaudí. «Barcelona es una ciudad que inspira muchísimo», sostiene Aniceto. Asegura que sus paseos por la ciudad le sirven para concebir nuevos diseños. Aunque a veces la fuerza creativa se presenta mientras duerme. Por eso siempre tiene en su mesita de noche una libreta de bocetos para retener la idea. Para no dejar que la genialidad se escape. Para que, en el futuro, quede plasmada en un reloj que viajará por medio mundo.