El fin de una era obscena
Berlusconi fue el símbolo de la llamada Segunda República, una fase que debía cambiar el país pero se cierra como un fracaso
ROMA. Actualizado: GuardarLa caída de Berlusconi, tras 18 años marcando la vida política italiana y una década de dominio absoluto de ella, desde 2001 hasta ayer, es un momento inmejorable para desempolvar todas esas fotos donde hace el indio, sus números memorables o las tonterías más gordas. Pero al margen de su peripecia personal, lo que queda a la vista es el país que ha dejado, y cómo lo ha dejado. El significado de este momento, aunque no está nada claro que su caída sea definitiva, es muy profundo. Italia ahora mismo solo ve el abismo que tiene delante, pero en realidad se abre una oportunidad histórica.
El país ha vuelto exactamente al mismo punto en el que estaba hace casi veinte años, en 1994, cuando se derrumbó el sistema político, barrido por las investigaciones contra la corrupción de Manos Limpias. Entonces surgió un impetuoso deseo colectivo de limpieza y regeneración moral de la vida pública. Había un vacío político y lo ocupó con genial intuición un empresario de éxito, Silvio Berlusconi.
La expectación y la transformación del sistema político fue tal que empezó a hablarse de la Segunda República, para marcar un cambio de fase respecto al pasado. La sensación ahora en Italia es que podría estar ante el inicio de una Tercera República. La caída de Berlusconi, que ha marcado esa época, puede cerrarla. Eso también puede hacer saltar su partido por los aires, pues sin él no existe, y se puede asistir a una explosión de facciones y jefezuelos. El bipolarismo puede entrar en crisis, pues el centroizquierda tampoco levanta cabeza. Y en el fondo el bipartidismo partía de Berlusconi: era con él o contra él.
Del mismo modo otra pretensión actual es cambiar el sistema electoral, fuente de inestabilidad y que con sus listas cerradas ha llenado el Parlamento de clones. El actual, obra de Berlusconi y conocido como 'ley cerdada', porque lo ideó para condenar a la oposición a gobiernos débiles, sustituyó al implantado precisamente en 1994, de sistema mayoritario, uno de los pilares de la Segunda República. Ahora, más de un millón de italianos han firmado para pedir un referéndum que lo elimine. Todo ello ante una gravísima crisis económica, como ocurrió entre 1992 y 1993 con un gran agujero en las cuentas y la devaluación de la lira.
En aquel momento los partidos que habían dominado la política desde la posguerra, cuando se fundó la República italiana, eran la Democracia Cristiana (DC) de Andreotti y compañía, el Partido Socialista (PSI) de Craxi y el Partido Comunista (PCI). Los dos primeros simplemente desaparecieron, hundidos por los escándalos destapados por Manos Limpias, y al tercero le cayó encima el Muro de Berlín. El fin de las ideologías de la Guerra Fría, que obligó a reinventar partidos, coincidió en Italia con ese vendaval judicial y esa aspiración a un cambio radical. La gente llegó a creer de verdad que era posible vivir en un país normal, tras cuatro décadas dominadas por el clientelismo, el paternalismo y la corrupción. Con Manos Limpias cayó un velo de hipocresía que emponzoñaba la vida política. Cómo habrán sido las dos décadas posteriores que aquellos políticos ahora parecen grandes estadistas.
Diluir las arrugas
Cayó un velo y se levantó un decorado televisivo, con una media sobre el objetivo de la cámara, para diluir las arrugas y dulcificar la atmósfera. El 26 de enero de 1994 Silvio Berlusconi, constructor y presidente del Milan, grabó un vídeo emitido a todo el país en el que anunciaba su entrada en política. Merecería la pena reproducirlo para comprender el alcance del fracaso de Berlusconi, la decepción de muchos de sus votantes y estos veinte años perdidos.
Con solo dos meses de tiempo Berlusconi ganó las elecciones. Estaba ahogado por las deudas y la Justicia, a punto de llegar a sus negocios. Todavía hoy le está persiguiendo y si no hubiera estado en el poder probablemente habría acabado en la cárcel. El conflicto de intereses de Berlusconi y su control de los medios, nunca resuelto a pesar de sus promesas, es el cimiento de su carrera y primer veneno inoculado en la Segunda República. Después, el 'berlusconismo' ha llevado a su más obscena expresión la degeneración democrática y Berlusconi, que ha hecho un uso privado del poder como mero vehículo de sus intereses, cae literalmente por llevar el país al borde de la ruina.
Al magnate símbolo del éxito en los negocios le han echado los mercados, porque debe recordarse que no lo han hecho los italianos. No ha llevado a cabo ni una de las reformas prometidas desde hace veinte años, y que aún anuncia a la UE para mañana mismo. En este último año ha asistido pasivamente al derrumbe de la economía sin hacer nada.
La responsabilidad de Berlusconi es enorme porque nunca nadie había gozado en Italia una mayoría absoluta durante cinco años como hizo él en 2001. Si tiene algún logro no se recuerda, eclipsado por sus desmanes, que ocuparían varias páginas y en cualquier otro país le habrían obligado a dimitir.
Cuando llega al poder, Berlusconi aprueba al menos veinte leyes 'ad personam', expresamente para defender sus intereses, que le libran de posibles o seguras condenas. En sus procesos se ha probado que era culpable nueve veces. Sus últimos dos años y medio son de escándalos sexuales, culminados con el 'caso Ruby', una adolescente marroquí que acudía a sus fiestas, en donde está imputado por prostitución de menores y abuso de poder por llamar a una comisaría para que la pusieran en libertad.
Berlusconi, el hombre nuevo del futuro, ha terminado siendo el patético rey del 'bunga bunga'. Ha caído el decorado, termina la farsa y llega la hora de la verdad. La ventana de tiempo para aprovecharla es muy breve, tal vez se cierre de nuevo hasta dentro de otros veinte años. Italia solo cambiará a punta de bayoneta, con la amenaza real de una quiebra y si un Gobierno inteligente reparte los sacrificios de forma ecuánime, sin que se mantenga un solo privilegio y cada uno haga su parte.
El país se encuentra en el mismo lugar que en 1994, como si no hubiera pasado el tiempo. Berlusconi llegó diciendo «Italia es el país que amo», en su discurso televisado, y se va maldiciendo «un país de mierda», como refleja una reciente escucha telefónica. Así es como sigue Italia.