ESPAÑA

EL ¿GRAN? DEBATE

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Nunca se ha celebrado, y quizá no se celebrará, un debate con menos expectación que éste, castrado por las encuestas, como cuando las casas de apuestas venden un duelo colocando el papel 15 a 1. No hay partido; ni siquiera la ilusión de un milagro. Naturalmente es un debate interesante, en definitiva el único acto en toda la campaña del que se puede esperar algo contra la inercia. Por eso hay cientos de periodistas acreditados, pero no es una de esas grandes noches con la mística de los duelos memorables, como en las horas previas del Barça-Madrid, con el aire atravesado de una expectación explosiva que se respira como grisú en la mina con la certeza de que una chispa se convertirá en fuego.

Los tantanes no están sonando desde los cuarteles de Génova y Ferraz clamando al sacrificio ritual de un duelo salvaje, como aquel 'Rumble in the Jungle' o 'Thrilla in Manila' a muerte. Aquí van a chocar dos nombres de sangre azul pero sin pólvora; uno de pegada menor, más allá de algunos zarpazos mitineros en tono faltón, que se refugiará como desde hace meses para evitar riesgos, huyendo del intercambio duro en el que tiene poco que ganar; y otro con nervio pero en horas bajas tras años de errores que pesan lo suyo. El buen cartel no basta aunque se sumen adjetivos para animar la refriega, como esos festejos taurinos que venden una velada extraordinaria, colosal, formidable, hasta exprimir el campo semántico del Casares.

Quizá cualquier debate es mejor que ningún debate, pero solo por una razón: la confianza en que ahondará el surco donde sembrar futuros debates genuinos, no estas seudopantomimas regladas hasta el absurdo. La fórmula actual está más encorsetada que Glenn Close en 'Las Amistades Peligrosas'. Está por ver cuánto puede sacudir Rubalcaba ese marco y cuánto se resiste Rajoy -los reproches mutuos por su pasado, la cobertura de las corrupciones, las gestiones autonómicas arrojadizas- sin patinar en la agresividad, como le ocurrió a Ségolène Royale, o la frialdad, como Walter Mondale. Ambos saben, eso sí, que estas elecciones se deciden por el paro y no por el color del calcetín de Nixon.