UNA CAMPAÑA SIN BATALLA
En Andalucía, clave para ambos partidos, los populares aspiran a empatar con el PSOE; un récord, pero lejos del vuelco del CISEl PSOE pelea por minimizar la segura derrota; el PP por hacer que su ventaja se convierta en mayoría absoluta
Actualizado: GuardarEspaña ya está inmersa en la campaña de las elecciones generales más trascendentales desde 1977, las primeras de la democracia. Así coinciden en calificarlas los dos principales aspirantes a la presidencia del Gobierno, Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba. Y, sin embargo, pocas veces el resultado de unos comicios en España ha estado más cantado de antemano. Apenas hay margen para la duda. Los populares batallarán estas semanas por hacer más contundente su segura victoria y por garantizarse la mayoría absoluta en el Congreso; los socialistas por minimizar la derrota y evitar que su paso a la oposición abra una lucha intestina sin precedentes en el partido.
El éxito de ambas estrategias se dirime, en realidad, en menos de una veintena de provincias; aquellas en las que las diferencias en número de votos se traducen con más claridad en el reparto de escaños. Andalucía y Cataluña, las dos comunidades más pobladas de España, centran buena parte de la atención. Ambos territorios siempre han sido feudos socialistas y por sí solos aportaron más de un tercio de los escaños obtenidos por José Luis Rodríguez Zapatero en 2008, o lo que es lo mismo, fueron las autonomías que propiciaron la derrota de Mariano Rajoy.
Por ello, los asesores del líder del PP comenzaron a trabajar, incluso antes de que el presidente Zapatero comunicase el pasado 29 de julio el adelanto de las elecciones generales, con una premisa clara: si José María Aznar logró en los comicios de 2000 la mayoría absoluta, pese a perder en ambos territorios clave, invertir la tendencia en estas dos comunidades autónomas podría convertir a Rajoy en el presidente con mayor respaldo de la historia de España, por encima incluso del resultado que obtuvo Felipe González en 1982, cuando copó el Congreso con 202 escaños.
Esta era la hipótesis de trabajo inicial pero, aunque parezca extraño, los excelentes augurios que deparan las encuestas han hecho trastabillar parte de la estrategia. La dirección del PP contaba con que el sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) previo a las elecciones le sería favorable y que los datos del paro de octubre acentuarían el descontento de los ciudadanos hacia las políticas de económicas y de trabajo del PSOE. Pero el 'tsunami' de apoyos que vaticina la prospección del barómetro conocido el viernes, unido al peor octubre del empleo que se recuerda, han generado cierto vértigo en la sede de Génova.
Sobre todo porque tampoco encuentran explicación a ciertos comentarios «derrotistas» de Alfredo Pérez Rubalcaba, como que es más fácil que el Real Madrid gane al Barça que él derrote a Rajoy. Por si fueran poco los males del rival, una juez ha puesto en la picota al ministro de Fomento, José Blanco, por su supuesta relación con un caso de presunta corrupción que ya estudia el Supremo.
Los populares, como aquellos a los que les disgustan los buenos comienzos, recelan de tanto viento a favor. Sus dirigentes se dividen entre los que realizan llamadas a la prudencia, dentro de una alegría controlada, y aquellos que vislumbran 'una mano que mece la cuna' y temen que tanta euforia provoque un efecto desmovilizador en las filas propias y un empellón de apoyos de última hora para los socialistas.
Voto patriótico
Mariano Rajoy mantiene su tono solemne y grave. «Nos jugamos seguir como hasta ahora o ver la luz al final del túnel», remite a modo de mantra en los primeros mítines en los que también busca un nuevo enfoque para estos comicios. Intenta apartar el foco de la «típica» lucha partidista. Intenta transmitir que votar al PP, partido al que arroga la exclusividad de saber cómo sacar a España de la crisis, es una especie de ejercicio patriótico con el que hay que cumplir, con independencia de qué ideología procese cada uno y sin importar a qué partido se votó en el pasado.
El líder de los populares ha puesto a todo el partido en esta tarea. Una misión a la que se ha unido a José María Aznar que, más allá de las discrepancias (que las tiene) con respecto al último comunicado de ETA, hará campaña al grito de que «van a ganar los buenos, es decir, los míos».
Todo recuerdo con 2008, año en el que Aznar y Rajoy atravesaron el momento más delicado de su relación, se antoja pura coincidencia. Sin embargo, y a diferencia de lo que ocurrirá en el bando socialista, Ana Mato, responsable de la campaña del PP, no ha previsto que los dos máximos referentes populares compartan escenario y atril. Aznar tiene otro cometido: apuntalar a los fieles populares que tachan de «blandas» algunas de las directrices marcadas por la actual cúpula popular. Fuentes populares comentan que sería un «sinsentido» enviar a Aznar, y su mensaje españolista, a Cataluña, donde Alicia Sánchez Camacho, presidenta de los populares catalanes, y el propio Rajoy han logrado transmitir un mensaje moderado. Sí consideran de gran ayuda que acuda, por ejemplo, a Asturias para intentar contrarrestar el 'efecto Cascos'.
Nunca han existido dudas sobre la hoja de ruta de Mariano Rajoy. Visitará toda España menos Ceuta (se intenta que pase por La Rioja, pese a que no estaba previsto), pero sin descuidar la fundamental presencia en Andalucía (con actos en Córdoba, Málaga, Huelva y Sevilla) y en Cataluña (donde además de inaugurar por primera vez en la historia del partido de manera oficial la campaña, estará en Barcelona).
El PP maneja sondeos internos que arrojan un empate a 30 diputados con los socialistas en Andalucía. En 2008 la brecha fue de 36 contra 25, a favor del PSOE. El PP espera lograr al menos un escaño más en las ocho provincias, salvo en Huelva y Cádiz, que por un descenso de la población pierden un escaño. Es más, no descartan que en circunscripciones como Almería y Málaga, donde el partido ha subido a ritmo vertiginoso en los últimos cuatro años, obtengan un botín aún mayor. Sobre todo después de conocer la encuesta del CIS, que prevé un vuelco a favor de los populares en todas las provincias salvo en Sevilla, donde seguiría ganando el PSOE, aunque por la mínima.
Desmoralización
Entre los socialistas aún hay quienes, como Felipe González, de manera habitual, o José Antonio Griñán, ayer en Sevilla, tratan de contrarrestar el efecto desmoralizador de los sondeos recordando cómo fallaron en 1996. El expresidente del Gobierno siempre ha dicho que pese a que en los meses previos se hablaba de distancias de catorce puntos a favor del PP, a él le faltaron «una semana y un debate» para vencer a José María Aznar, que tan solo le ganó por 300.000 votos. Gran parte del mérito estuvo, una vez más, en Andalucía que, como recordó el presidente de la Junta, dio al traste con los pronósticos de un contundente vuelco histórico y volvió a votar masivamente al PSOE. Tanto es así que la ventaja a su favor fue de 11,5 puntos en esta comunidad autónoma.
La diferencia es que el cambio de tercio que ahora vaticinan los sondeos viene precedido de la victoria del PP en las locales del 22 de mayo. Del medio millón de papeletas que el partido de Rajoy sacó al de Rubalcaba en toda España, 300.000 vinieron de la comunidad andaluza.
En realidad, y aunque a algunos dirigentes populares les cueste creerlo, el desánimo que de tanto en cuanto se refleja en la voz del candidato socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, no es fingido.
En el PSOE ni siquiera creen que unas encuestas tan desfavorables puedan suponer un aliciente para sus votantes descontentos. Más bien al contrario: temen que los indecisos, su objetivo prioritario, lleguen a la conclusión de que tanto da ir a votar o no el próximo 20 de noviembre. Esa es la idea que ahora trata de combatir el candidato, ayudado por Felipe González, el único socialista en condiciones de ayudarle a tirar del carro en una batalla que Rubalcaba afronta casi en solitario, como un David contra Goliat.
El expresidente del Gobierno no solo sigue teniendo tirón entre el electorado tradicional del PSOE sino que tiene la virtud de no ser José Luis Rodríguez Zapatero y, más aún, de haber sido crítico durante mucho tiempo con el hoy jefe del Ejecutivo, achicharrado por su gestión de la crisis, como todo el Gobierno del que el candidato formaba parte hasta hace pocos meses.
Es precisamente su pertenencia al gabinete que impulsó el mayor recorte del gasto social de la democracia -congelación de pensiones, rebaja del salario de los funcionarios y tijeretazo a la inversión pública, incluidos- lo que lastra el principal mensaje de campaña de Rubalcaba: que solo los socialistas pueden garantizar el mantenimiento del Estado del bienestar en esta crisis atroz. Pero aun así, él lo seguirá intentando. «Lo importante -insiste a los suyos- no es como entras, sino como llegas a la meta». Difícil ganar; casi imposible.