EL CANDELABRO

DADDY

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Queremos un hijo tuyo! Eso le gritaban algunas a Miguel Bosé en su día, mucho antes de que el cantante fuera padre (curiosamente, a través de un vientre de alquiler). Ahora este famoso grito de guerra, reservado para las fans más ardientes y desinhibidas, cobra un nuevo significado con la crisis. Un concepto más calculado, menos pasional. Porque un hijo 'suyo' (de un famoso muy famoso y millonario) puede representar la solución al paro, un suculento cheque-bebé, un plan de pensiones perfecto, un sueldo para toda la vida mejor que el de Nescafé. Brotan como champiñones aquí y acullá hijos de actores, cantantes, deportistas o aristócratas, fruto de una relación esporádica o casual. Esto en los tiempos de Jane Austen, todavía. Pero en la era de la liberación femenina, los métodos anticonceptivos, la vasectomía y la píldora del día después... como que no. El último famoso al que le han colado un bebé por la escuadra ha sido el actor británico Hugh Grant (el antepenúltimo, irónicamente, fue el futbolista Cristiano Ronaldo). Si Hugh estaba buscando descendencia me alegro mucho por él. Si no, me alegro casi todavía más. Se lo tiene bien merecido por haber dejado exclusivamente en manos de la parte contraria el uso o no de métodos anticonceptivos. Siempre he pensado que los hombres heterosexuales de 'vida alegre' que no quieran tener hijos, más aún si son ricos y famosos, deberían ser los primeros interesados en poner barreras para impedir la concepción. De lo contrario, se exponen a acostarse, sin saberlo, con una de esas militantes en el «Queremos un hijo tuyo». Y a partir de ahí no hay vuelta atrás, que hoy la infalible prueba del ADN deja muy poco margen al escaqueo. A Grant (desde que fuera cazado y detenido con una prostituta en Los Ángeles) la promiscuidad se le supone. Lo que no sé es si el actor de 'Cuatro bodas y un funeral' (además de un bautizo) ha necesitado recurrir al ADN o le ha bastado con una pregunta para reconocer a su hija: «¿Tiene flequillo, balbucea? Entonces, no hay duda. Es mía».