Tribuna

Cameron apuesta por el Reino Unido

La Conferencia del Partido Conservador ha servido para que el primer ministro haga balance del año de gobierno pero también para determinar el calendario de retos a corto y medio plazo

POLITÓLOGO Y AUTOR DE 'CAMERON. TRAS LA SENDA DE CHURCHILL Y THATCHER' Actualizado: Guardar
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Los tories celebraron su conferencia anual una semana después del Labour Party. Es, por tanto, obligatorio comparar el discurso de los dos líderes. Ed Miliband ofreció un mensaje que dejó más titulares que ideas y cuyo objetivo principal fue desmarcarse, o incluso renegar, de Tony Blair y Gordon Brown. Obrando de este modo pone de manifiesto que los sindicatos tienen un peso muy significativo dentro del laborismo y que el consenso entre las grandes familias está aún lejos de producirse. Asimismo, en la disertación de Miliband hubo cabida para elevadas dosis de demagogia con su diferenciación, que no explicación, de los conceptos de 'pro-business' y 'pro-producers'. Decididamente, la táctica del jefe de filas laborista pasa por arañar votantes a los liberales-demócratas, aunque no está claro que ello le sirva para alcanzar el número 10 de Downing Street. En consecuencia, Miliband aprovecha cualquier oportunidad que se le brinda, ya sea la conferencia anual o la pasada consulta sobre la modificación del sistema electoral, para arremeter contra Nick Clegg, siempre con idéntico argumento: es incapaz de cumplir las promesas que efectúa.

El gran error que puede imputársele al discurso de Cameron es que no hizo referencia alguna al escenario internacional. Simplemente expuso que los competidores de Reino Unido no son solo Japón o Alemania, sino India, China o Brasil. En su discurso titulado 'Leadership for a better Britain' combinó a partes iguales realismo, pragmatismo y optimismo. Se detuvo en la situación económica del país, aunque siempre dejando claro que en ese terreno el primer ministro es George Osborne. A pesar de las dificultades y sacrificios actuales, lanzó un mensaje de esperanza: los mejores días de Gran Bretaña no forman parte del pasado sino que están por venir.

Con su apelación a la grandeza del país dejó constancia de que el compromiso contraído en determinados escenarios internacionales se mantendrá intacto pese a los sacrificios económicos domésticos. Tal es el caso de Afganistán, Libia y Siria. Todos ellos tuvieron protagonismo, haciendo el primer ministro una importante precisión: hubo mucha gente que le advirtió de que no se implicara en el apoyo a los opositores a las tiranías del norte de África. Sin embargo, el Gobierno desoyó tales consejos, entre otras razones, porque el relativismo nunca ha sido un rasgo distintivo de la política exterior británica, la cual siempre se ha puesto del lado de quienes apostaban por la libertad.

En efecto, el Gobierno de coalición, aunque con más protagonismo para el Partido Conservador como socio mayoritario, no ha eludido sus obligaciones en la esfera de las relaciones internacionales, fieles a la doctrina del liberal-conservadurismo. En este punto, fue William Hague quien en Manchester ofreció una explicación más pormenorizada que se inició con una crítica sin paliativos hacia China y Rusia, cuyo veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, ha impedido que, de momento, se apliquen sanciones mayores al régimen liberticida de Bashar al-Assad. Pese a este contratiempo diplomático, el ministro de Exteriores británico advirtió de que su país no piensa renunciar a las obligaciones humanitarias y de prevención, lo que se traduce en mantener el apoyo militar y también el de carácter técnico y diplomático, especialmente cuando haya que poner en marcha las tareas de reconstrucción post-bélica.

Cuando fueron abordadas las relaciones internacionales, además del componente geoestratégico, apareció el estrictamente pragmático. En palabras de William Hague: «El crecimiento económico del futuro no procederá de un aumento del gasto gubernamental, ni de pedir prestado más dinero. Vendrá del comercio y de dotar a la gente de mayor libertad para comerciar». Esta formulación teórica se ha percibido en la intensificación de las relaciones con aquellos países que mayor crecimiento están experimentando: desde China hasta India, sin olvidar una región un tanto olvidada por los gobiernos británicos previos, como América Latina y dentro de ésta, Brasil.

Igualmente, no debemos pasar por alto la importancia que la Unión Europea tuvo durante esta conferencia anual. En este sentido, destacan dos aspectos complementarios. Por un lado, la reaparición del sector del Partido Conservador que exige no solo una renegociación de la relación con Bruselas, sino el retorno a Londres de determinadas competencias 'entregadas' a las instituciones comunitarias. Por otro lado, la respuesta de William Hague fue coherente con el proceder de su formación durante los años de liderazgo de Cameron ya que no alentó un debate que en el pasado les trajo escasos dividendos, al mismo tiempo que fue realista cuando espetó que cualquier renegociación exigiría de varios años. Consecuentemente, esta opción quedaba descartada.

Sin embargo, este argumento no le llevó hacia una eurofilia desmedida. Más bien al contrario, abogó por el 'referéndum lock' (en función del cual, cualquier cesión de competencias nacionales a Bruselas, deberá ser autorizada por los británicos a través de un referendo) e insistió en que los hechos actuales están dando la razón a los tories cuando en su día sostuvieron que, si el país formaba parte del euro, sería nocivo para su economía.

En definitiva, una lección de euroescepticismo completada con la apuesta tanto por la OTAN como por el Tratado de Defensa suscrito con Francia, sin olvidar los reproches a la Unión Europea por su exceso de regulación. David Cameron y William Hague no han eludido las responsabilidades que tiene su Gobierno. Cuando han mirado atrás lo han hecho para emplear el pasado de forma instrumental, esto es, como la herramienta sobre la que construir el futuro y dar respuesta satisfactoria a los interrogantes que plantea el presente.