Recuperar el centro
Saber que se posee una conciencia de que quienes están arriba lo están precisamente para conseguir lo mejor para los ciudadanos y no para 'perpetuarse en el sillón', sea cual fuere el sillón, es un factor que tranquiliza y centra a la sociedad
CATEDRÁTICO DE DERECHO POLÍTICO Actualizado: GuardarNo ha de temer el lector que bajo este título nos lancemos a predicar la necesidad de crear un nuevo partido de centro. Ya lo tuvimos a comienzos de nuestra democracia (UCD) que, como es sabido, terminó fracasando por no ser propiamente un partido, sino un conjunto de notables a los que resultaba bien difícil poner de acuerdo, cuando cada uno de ellos decían representar minorías sin ningún apoyo en la realidad social. Tampoco nos vamos a detener en el hecho de que, pensando en la opinión pública y en el resultado de las elecciones, los grandes partidos hayan antepuesto lo de centro a su auténtica ideología: centro-derecha y centro-izquierda. En realidad, en nuestra reciente historia política, no hemos tenido partidos auténticamente de centro. Y ello por la dichosa tendencia hispana de hacer derivar el bipartidismo (sensatos competidores con un consenso de principios intocables: ¿qué partido pregonaría en EE UU la Monarquía?) en el bipolarismo, que no es lo mismo. En nuestro país no parece que sepamos eso de reformar, sino de, al llegar al poder, poner en solfa todo lo anterior.
En nuestro país, el centrismo sí existió a fines de los años sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado. Se había ido consolidando nuestra primera clase media con naturaleza y poder, gracias al desarrollo económico que el país había experimentado. Una clase con intereses y sin ideología propia. A ella se unió parte del mundo laboral, teóricamente llamado al enfrentamiento, algo que no se produjo en alto nivel. Julián Marías, con acierto, escribió que era una clase que no sabía bien lo que quería, pero sí muy bien lo que no quería. Estamos ante lo que en alguna ocasión he denominado el auténtico protagonista de la transición. La Monarquía supo conectar con ella y así se produjo un cambio que partía de la llamada tanto a los antiguos vencedores como a los en su día vencidos. Aquí estuvo el verdadero espíritu para el consenso que posibilitó dicho cambio: mirando al futuro y asumiendo, sin ánimo de revancha, el inmediato pasado. Y así comenzó a andar nuestra democracia.
Dos circunstancias han herido con fuerza esta actitud centrista, con ánimo de progreso y sin grandes preocupaciones por el devenir de cada día. En primer lugar, naturalmente, la crisis político-económica, fruto del daño que experimenta el antes tan cantando proceso de globalización.
Y en segundo lugar, la política claramente revanchista y claramente opuesta al espíritu y al consenso de la transición. Sin necesidad reclamada por la opinión pública, se ha puesto en marcha una política absolutamente contraria a lo que debiera ser el asumir sin ira el inmediato pasado. Negando, tergiversando o manipulando todo lo anterior. Sin tener en cuenta que queda una generación que vivió ese pasado y al que se daña con decisiones políticas, algunas de ellas de naturaleza disparatada. Gobierno desde la ira y de ahí únicamente más ira puede originarse.
A estos dos supuestos hay que unir la torpeza de los partidos. Sencillamente, en vez de hablar de adversarios o contrincantes, parece que hablan, entre sí, de acérrimos enemigos. Con acusaciones permanentes, insultos. Esto es lo que oye el ciudadano y constituye un mal ejemplo que también cala en su forma de pensar y de hablar.
A pesar de todo lo dicho, sigo predicando la necesidad de recuperar una sociedad centrada. Y creo que el camino tiene un nombre muy concreto: regeneración. Y como de esto se habla y escribe con frecuencia sin precisar su contenido, permítaseme que, aquí y ahora, regenerar para volver al centrismo, supone lo que sigue:
a) Rescate de valores. Hemos destruido los que, quizá con alguna modificación, bien podrían estar vigentes en nuestra sociedad. De los muchos que podrían citarse, me vienen a la cabeza la autoridad, el respeto a los mayores, una pizca de pudor en no pocos aspectos que están en la mente del lector, la antigüedad, el rechazo de la envidia, etc. La democracia por sí, tiene también sus propios valores que ni se definen, ni se practican. ¿Es posible añorar una sociedad de centro con la serie de programas de violencia que en nuestra televisión padecemos? Los valores de paz, solidaridad, comprensión del diferente y de lo diferente, el no engaño al Estado. Gran empresa la de un mundo valorativo. Sin valores, donde todo es lícito, no se va a ninguna parte.
b) El saneamiento de todos los aspectos de la vida pública. En partidos, instituciones, personalidades, etc. No es posible continuar tampoco con la diaria noticia de algún tipo de corrupción en un lugar u otro. Incluyendo las acusaciones precipitadas que no esperan ningún tipo de comprobación. El 'y tú más' como constante 'argumento'. Y, por supuesto, olvidando el consejo de la obligación de la mujer del César. Todo vale y sobre todos se lanza la sospecha. Saber que se posee una conciencia de que quienes están arriba lo están precisamente para conseguir lo mejor para los ciudadanos y no para 'perpetuarse en el sillón', sea cual fuere el sillón, es un factor que tranquiliza y centra a la sociedad.
c) Moderación tanto en los programas que se divulgan como en las conductas que luego, ya en el poder, se ponen en marcha. Estamos de acuerdo en que gobernar supone siempre molestar a alguien, a algún sector. Pero hay que procurar que los molestados de verdad lo merezcan, por una parte. Y, por otra, que la molestia también sea prudente, adecuada y moderada. Y con base, en los temas mayores, con el mayor grado de consenso posible.