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La OTAN intentó matar al hijo de Gadafi
Bani Walid denuncia los excesos de los rebeldes libios, que se ensañan con el lugar que cobijó a Saif al-Islam antes de su huida hacia el desierto
BANI WALID. Actualizado: GuardarInformación de la OTAN al mando militar rebelde. Un convoy formado por seis vehículos ha abandonado Bani Walid en dirección sureste y lleva una persona importante. Omar al-Mujtar, comandante de la Brigada Sabrata que dirige las operaciones en uno de los últimos feudos gadafistas del país, pone en marcha la persecución. Una hora después se escucha una gran explosión a la altura de Wadi Zamzam, a unos 120 kilómetros. Cuando Mujtar llega con sus hombres encuentra 26 cuerpos. Uno de los coches es un Toyota blindado que responde a la descripción que algunos prisioneros han realizado sobre el vehículo de Saif al-Islam.
Los rebeldes ponen pie en tierra y peinan la zona en un radio de 20 kilómetros, pero no encuentran ni rastro del hijo de Gadafi. «Tuvo que huir a pie, no había otra opción», asegura el comandante y 'sheikh' de la unidad de Sabrata que se tuvo que conformar con enterrar los cuerpos de la guardia personal del que estaba llamado a ser el sucesor al frente del régimen.
En Wadi Zamzam se pierde la pista del único hijo del dictador que queda vivo en suelo libio y que en las últimas horas, según el Consejo Nacional Transitorio (CNT), se ha puesto en contacto con las autoridades rebeldes para mostrar su intención de entregarse al Tribunal Internacional Penal de La Haya. Saif se encontraría en el sur del país protegido por una tribu tuareg y solicita un avión para salir de Libia y no correr la misma suerte que su padre.
Según sus perseguidores, todo indica que podría haber acordado una cita con su padre en un punto del desierto para huir juntos a la zona sur que, con ayudas de tribus aliadas tuaregs, les abría las puertas a países como Níger o Mali, donde algunas fuentes apuntan que podría encontrarse desde ayer Abdalá Senusi, exjefe de los servicios secretos.
«Se movía cada día»
Saif al-Islam y Muamar el Gadafi hablaron mucho a través de sus teléfonos satélite antes de poner en marcha sus respectivas huidas de Bani Walid y Sirte, según declaraciones a la agencia Reuters efectuadas esta semana por Sharif al-Senussi, un oficial del Ejército gadafista que formaba parte de su equipo de seguridad y que fue detenido por los sublevados. Al-Senussi fue trasladado a primera hora de la mañana a Trípoli y ahora en la pequeña prisión del aeropuerto de Bani Walid solo quedan veinte presos.
Mohamed Jamal sabía que Saif al-Islam estaba en la ciudad, pero no le vio con sus propios ojos. «Se movía cada día de sitio, siempre seguido de un grupo de seguridad personal, no tenía relación con nosotros», señala este joven de 19 años que formaba parte del conocido como Ejército Verde, grupo de voluntarios que luchó hasta el final por la defensa del régimen. «Sigo pensando que Muamar está vivo, no puedo creerme su muerte», repite una y otra vez mientras los milicianos de Sabrata tratan de explicar que «el pobre se encuentra confundido, le lavaron el cerebro».
Según los mandos rebeldes, Saif al-Islam no llegó a Bani Walid hasta la segunda semana de octubre y pasó aquí al menos otros siete días antes de huir el 19, un día antes de la captura y muerte de su padre. Tras la caída de Trípoli las fuerzas leales al antiguo régimen se dividieron entre esta ciudad y Sirte, donde contaron con el apoyo de miles de civiles que resistieron hasta el final la llegada de las tropas rebeldes y los bombardeos de la OTAN.
Código de honor
«Somos Warfala, la tribu más importante de Libia, y obedecemos a nuestros mayores. Su decisión fue resistir a la OTAN y a los libios que tenían el apoyo extranjero. Nuestro código de honor nos obliga a dar refugio a quien lo pide, algo similar a lo que ocurre a los pastunes en Afganistán», explica el doctor Saleh Abdulhamid, que ha puesto en marcha una organización de 'víctimas de la liberación' y que piensa que «aquí no tenemos nada que celebrar. Esto es una ocupación por parte de la OTAN y milicias de otras ciudades en toda regla. Que rece Libia para que los Warfala -la tribu más numerosa del país- no nos tomemos la justicia por nuestra cuenta».
Los bombardeos de la OTAN acabaron con las oficinas de la compañía eléctrica, con parte del hospital, con las casas prefabricadas de una compañía china de construcción -lugar donde residía el grueso de los militares y paramilitares leales a Gadafi- y hasta la universidad, «porque allí durmió una noche Musa Ibrahim, portavoz del régimen en los últimos meses», explica Abdulhamid.
El resto de la destrucción es cosa de las brigadas rebeldes que se ensañaron con el enemigo. Casas saqueadas, coches quemados y paredes pintadas con el lema 'Warfala perros' conforman el escenario que se encuentran los pocos civiles que se atreven a regresar.
El refugio de Bani Walid le duró a Saif al-Islam lo que las municiones a sus anfitriones. «Si entraron fue porque no había más balas, no hay otra explicación», asegura el doctor Abdulhamid. El hijo educado en Londres y llamado a ocupar el trono libio convivió una semana bajo el fuego cruzado de los Warfala y las tropas rebeldes, que bombardearon sin miramientos la ciudad, y dijo basta. Huyó al desierto y permanece en paradero desconocido en algún lugar del sur de Libia donde, como en Bani Walid, la revolución tampoco es bienvenida.