Sociedad

El sueldo de Messi sobra para pagar a la plantilla del Levante, un grupo de trotamundos que mira a Madrid y Barça por encima del hombro

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Cuando uno coge la prensa deportiva y echa un vistazo a las ligas internacionales de fútbol, se lleva pocas sorpresas. En Inglaterra, triunfa el Manchester City, un equipo carísimo y majestuoso, propiedad de un jeque milmillonario, Mansour bin Zayed Al Nahyan, cuya familia gobierna los Emiratos Árabes Unidos. En Francia, encabeza la tabla el París Saint Germain, otro conjunto sideral, financiado generosamente por el fondo soberano de Catar. En Italia, nadie tose al Udinese, propiedad de Giampaolo Pozzo, un sagaz empresario que maneja como nadie el mercado de futbolistas: compra carbón y vende oro. ¿Y en España? ¿Quién manda en España? ¿Acaso el rutilante Real Madrid de Florentino y Mourinho? ¿Quizá el seductor Barcelona de Guardiola, Xavi, Iniesta y Villa?

No. En España, el líder de la Liga BBVA es el segundo equipo de Valencia, el club con menor presupuesto de Primera (apenas 20 millones de euros), cuyo gasto en fichajes roza los 200.000 euros. Con el sueldo que anualmente cobran Cristiano Rolando o Messi alcanza para pagar a toda la plantilla levantinista. «Y a alguno más», apostilla con una sonrisa su presidente, Quico Catalán. Sin embargo, el pasado domingo, tras endosarle un formidable 0-3 al Villarreal, el Levante Unión Deportiva se encaramó al primer puesto de la clasificación. Sus 20 puntos (seis victorias, dos empates y ninguna derrota) le permiten mirar desde arriba a los elefantiásicos Real Madrid (19 puntos) y Barcelona (18 puntos). Solo se han disputado ocho jornadas, pero los periódicos internacionales ya giran su vista hacia Valencia. Y con asombro unánime: «Milagro Levante», grita en Italia 'La Gazzetta dello Sport'; «Levante, rey sorpresa», enfatiza el diario francés 'L'equipe'.

Sorpresa, cabría añadir, incluso para los propios levantinistas. «Esto no lo había soñado jamás. Y fíjate lo fácil que es soñar», confiesa Paco Fenollosa, presidente de honor de la entidad granota y memoria viva de la institución. Pero no solo porque el Levante sea un club históricamente modesto, que solo ha estado siete temporadas en Primera, sino, sobre todo, porque hace apenas tres años el equipo estaba endeudado hasta el cuello y parecía abocado a la desaparición.

La resurrección granota

En abril de 2009, en medio de una convulsa temporada deportiva, el Levante entraba en concurso de acreedores. La administración judicial relevó a los antiguos gestores e impuso un régimen draconiano, inusual en el mundo del fútbol: había que ingresar todo lo que se pudiera y gastar lo menos posible. Cero o casi cero. Solo así podría seguir vivo. Quico Catalán fue escogido por los administradores judiciales para dirigir la entidad deportiva. En septiembre de 2010, el Levante conseguía salir de la situación concursal, los tribunales levantaban su vigilancia y la nueva junta directiva, presidida por Catalán, podía gestionar el club con autonomía..., pero sin fiestas: la austeridad tenía que ser franciscana para poder cumplir con el convenio que regula el pago a los acreedores, a los que debían, en total, unos 60 millones de euros.

De ahí el presupuesto ajustadísimo, el nulo gasto en fichajes y la contratación de futbolistas que quedaban libres o que parecían ya estar de vuelta. Lo milagroso es que, con estos cimientos, se haya edificado un equipo que juega bien al fútbol, que gana partido tras partido y que, a estas alturas del campeonato, ha sumado más puntos que el Real Madrid o el Barcelona. «Nosotros queremos gestionar el fútbol desde la normalidad y con coherencia -explica Catalán-. Teníamos que buscar el equilibrio y las cosas están saliendo. Hay que gastar lo que se genera y no más».

Tal vez algún escéptico pueda pensar que el Levante está ahí practicando un fútbol rudimentario, con un portero solvente, un delantero venenoso y nueve jugadores correosos por el medio, que se pegan a sus rivales como las moscas de septiembre. Pero no. Los granotas están desplegando un fútbol veloz, de toque, sin complejos, agresivo y burbujeante. Buena parte del mérito habrá que apuntarlo en la cuenta de su entrenador, Juan Ignacio Martínez (alias 'Jim'), novato entre las estrellas. Hasta hace poco, Martínez, un alicantino de 46 años, se ganaba la vida vendiendo seguros y libros escolares mientras se entretenía con equipos de Tercera. Dio el salto a Segunda en 2007, cuando cogió las riendas del Salamanca y luego se sentó en los banquillos del Albacete y del Cartagena. El director deportivo del Levante, Manolo Salvador, se fijó en su buena temporada al frente del conjunto murciano y se arriesgó con su fichaje. El acierto está siendo máximo, aunque Martínez lucha por embridar la euforia: «Nosotros somos el Levante. Con todo el sufrimiento histórico del club. Vivimos un momento muy bonito y estamos haciendo felices a mucha gente, pero... aún queda mucho». Martínez coincide con su presidente y con todos los miembros del Levante en subrayar el único objetivo del club: mantener la categoría. Para ello se apoyan en unos jugadores veteranísimos y trotamundos, con muchos espolones: la media de edad del equipo, 31,6 años, es la más alta de toda la competición. Y sus defensas, que están rayando a un magnífico nivel, hace ya mucho tiempo que dejaron de tener acné. Contra el Villarreal, jugaron el portero Munúa (33 años), los laterales Javi Venta (35 años) y Juanfran (35 años) y los centrales Nano (31 años) y Ballesteros (36 años). Quizá sea el único club del mundo cuyo presidente es más joven que el defensa central, Sergio Ballesteros, estandarte y capitán del equipo.

«Nuestro proyecto es muy cercano -explica Quico Catalán-, muy transparente. Cada uno se siente muy importante en su parcela: unos en el césped, otros en los despachos, otros con los medios de comunicación». Ahora llevan una semana de aúpa, acosados por los periodistas. «¡Bendito acoso!», bromea el presidente. «Hoy me he comprado todos los periódicos que he podido», resume Juanlu (31 años), un malagueño que aterrizó hace dos años procedente del Betis y que anteayer le metió al Villarreal un par de golazos. Cuando llegó a casa, ya de noche cerrada, decenas de aficionados le recibieron con abrazos, flashes y banderolas de color azulgrana: «Creo que esto será irrepetible», se sincera.

Al menos de momento, Juanlu y sus compañeros han elevado a los cielos a una afición abnegada, poco acostumbrada a celebrar cosas. El Levante tiene 102 años de historia y nació muy vinculado al Cabanyal, el humilde barrio de los pescadores de Valencia. Aún sigue mantienendo su tirón en aquella zona, aunque ahora hay aficionados «en todas las partes de la ciudad», según indica el presidente de honor, Paco Fenollosa. El equipo, que tomó su nombre del poderoso viento que sopla en las costas mediterráneas, tiene 11.000 socios y juega en el Ciutat de Valencia, un estadio situado en el barrio valenciano de Orriols, con capacidad para 25.000 espectadores. Todos ellos viven hoy en un asombro continuo, aunque con la memoria suficiente para no hacerse demasiadas ilusiones: «No podemos creérnoslo; nos daríamos una hostia a nosotros mismos», remata, contundente, el delantero Juanlu.