Después del 20-N
Los poderes públicos no deben precipitarse a la hora de responder a los requerimientos con los que ETA ha renunciado a la lucha armada
Actualizado: GuardarEl anuncio del cese definitivo de la actividad terrorista por parte de ETA fue saludada por las instituciones y por el conjunto de las fuerzas democráticas con la satisfacción de saber que la amenaza terrorista se desvanece para siempre y de que su final ha sido posible gracias a la firmeza democrática que durante los últimos años había conjugado el rechazo social al totalitarismo etarra con la incansable actuación del Estado de derecho y la cooperación internacional. Frente al propósito de ETA de presentar su derrota como si se tratara de una oportunidad que la banda ofrece a la democracia, incluso como una victoria que preludiaría el sometimiento de la sociedad abierta a su proyecto independentista, prevalece la voz concordante de un país cuyos dirigentes sitúan el desistimiento etarra en el haber de la libertad. Nada podría ser hoy más descorazonador para la ciudadanía que asistir al desconcierto partidario ante el anuncio etarra. Sería tanto como conceder a la banda un triunfo después de proclamar su derrota. De ahí que la sintonía mostrada por los principales responsables políticos constituya el mensaje más elocuente, tanto a la hora de coincidir con el sentir ciudadano como para advertir a los corifeos de la izquierda abertzale de que desistan de plantear exigencias que desborden los cauces del sistema democrático. España se apresta a elegir a los diputados y senadores que integrarán las Cortes tras el 20 de noviembre. La banda terrorista ha resuelto el cese de su violencia física cuando el mandato de Rodríguez Zapatero está a punto de finalizar. No solo resulta lógico que el Gobierno actual derive hacia el Ejecutivo que surja de los próximos comicios la respuesta que los poderes públicos deban dar tanto al anuncio de ETA como a sus requerimientos. El período electoral obliga a establecer un cierto paréntesis entre la declaración de la banda y cualquier decisión que al respecto adopten las instituciones. Pero ese paréntesis hubiese sido aconsejable en cualquier otra circunstancia, puesto que sería un error que el Estado respondiera con precipitación a un anuncio tan largamente esperado. Entre otras razones porque los demócratas deben confiar en que el tiempo transcurre a su favor y en contra de quienes, aun desarmados, se obstinan en subvertir el sistema de libertades.