LA EXTRAVAGANCIA DESPIADADA
Actualizado: GuardarUn chaval de poco más de veinte años, de aspecto chulesco con una gorra de béisbol, que parecía sacado de una favela brasileña, se jactó de haber ejecutado a Gadafi de un tiro en una tubería de desagüe, mostrando su célebre pistola bañada en oro. La bravuconería y el matonismo como gesto heroico. Algún periodista asegura que el líder libio pidió al chico que no le disparara. ¿Qué hacemos con estos bárbaros adolescentes para que entiendan que ha terminado la guerra? O mejor dicho, ¿qué hacemos con este país, donde unos han conquistado la libertad y a otros se les viene encima, de repente?
Al-Yasira mostró unas secuencias filmadas con un móvil en las que los rebeldes pateaban su cadáver medio desnudo porque su ropa le había sido arrancada como trofeo. Los enviados que siguieron a las tropas revolucionarias en el avance cuentan que lanzaban cadáveres a las calles. «Avanzan mientras un camarada impasible toca la guitarra para animar a sus correligionarios en medio del fuego cruzado».
El extravagante dictador ha cumplido su compromiso de vencer o morir. Nada que ver con su aparición en un videoclip al comienzo de los bombardeos con los sellos del régimen, asomado en el asiento del copiloto de una furgoneta descompuesta bajo un paraguas de color malva y una túnica brillante.
Morir arrinconado, escondido en una tubería, certifica su extravagancia, no así su megalomanía, paradigma de arrogancia y vanidad. En él lo raro era lo normal. Tan celoso, que no dejaba que identificaran a los jugadores de fútbol por su nombre para evitar que tuvieran demasiados adeptos.
Cuenta Martin Fletcher que en su 40 aniversario, los dignatarios reunidos para la ocasión tuvieron que esperar horas; «finalmente salimos y, en la distancia, vimos llegar una caravana de automóviles tan impresionante como la de un presidente de EE UU. Quedamos atónitos al comprobar que venía delante conduciendo un carrito de golf».
Los mandatarios lo recibían como si fuera una estrella de rock. Era nuestro 'hijodeputa'. El presidente Reagan lo llamó «el perro loco». Y para 'The Times', fue el último de una generación de jóvenes revolucionarios inspirados en Nasser con un nacionalismo secular antioccidental, socialista y panárabe. Pero mientras aquel se convirtió en leyenda, Gadafi ha terminado en caos, humillación nacional, con el desprecio de los suyos y del mundo en general. «Toda mi gente me quiere», solía decir. Pero no parece que el muchacho que le disparó con una pistola de 9 milímetros pensara lo mismo. El modelo convertido en polvo.
Entre sus perfiles, tal vez el más ajustado sea el que niega su locura: es brutal, exhibicionista, iracundo, susceptible, caprichoso y extravagante. Se adhirió al poder de manera implacable y despiadada. Empecé a creer en su desaparición cuando al principio de la guerra los posters de Trípoli que le proclamaban como 'el sol que nunca se pone' fueron bombardeados con piedras. Contaba un historiador que el día que Nicolae Ceacescu se asomó al balcón y vio a las multitudes reírse supo que estaba condenado.
Después de la victoria habrá que conquistar la paz. La venganza, el desorden y el hambre es un cóctel explosivo. Los que crean que con la caída de Gadafi Libia va a transformarse de pronto en una próspera democracia son unos ilusos. Gadafi prometió continuar la guerra y aunque esté muerto habrá que impedírselo.