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«El dolor no me lo van a quitar»
Los dos guardias civiles murieron en julio de 2009 en Mallorca después de que explotase su coche
SAN SEBASTIÁN. Actualizado: GuardarLo primero que hizo la madre de Diego Salvá Lezaun fue llamar por teléfono a la madre de Carlos Sáenz de Tejada García. Montse Lezaun le preguntó si sabía que ETA había anunciado el abandono definitivo de la violencia y cómo se lo había tomado. «Sigo igual que el día en que mataron a mi hijo. Tengo la misma rabia y el mismo dolor», contestó.
Los hijos de las dos mujeres fueron asesinados el 30 de julio de 2009. Eran guardias civiles, tenían 27 y 28 años. Ese día salieron del cuartel de Calviá, en Mallorca, y se montaron en un Nissan Patrol aparcado junto a una acera. No tuvieron tiempo para mucho más, la explosión de una bomba adosada al vehículo los mató.
Durante años, cuando los familiares de las víctimas mortales de ETA abandonaban deprisa el País Vasco tras un funeral repleto de autoridades y poco más, una de las pocas frases que pronunciaban era «ojalá sea el último». La frase también la pronunció Montse Lezaun cuando mataron a su hijo.
«Vamos a ver si esto es así, espero que así sea». Desde que se difundió el anuncio de ETA, Montse Lezaun no dejó de atender a los medios de comunicación. Ella es una madre señalada no solo por la tragedia sino por un momento histórico que debería haberse producido hace mucho. «Tendrían que haberlo hecho antes porque Diego estaría con nosotros», afirma.
La madre de Diego se debate entre la alegría y la pesadumbre por haber recibido demasiado tarde una noticia en la que, no obstante, ve algunos puntos oscuros. «El comunicado habla de cese definitivo pero echo de menos el término 'abandono de las armas'», indica. Y quizá le sobra la parte en la que los terroristas «hablan de diálogo». «Lo que mató a mi hijo no fue la falta de diálogo, sino las armas», afirma. Por eso se siente legitimada para sostener que «si no se condiciona el cese de la violencia a nada iremos por el buen camino, pero si sucede lo contrario iremos por la misma senda que hasta ahora».
Montse Lezaun afirma que «dicen que a partir de ahora hay que hablar del futuro, pero mi hijo no lo tiene; dicen que hay que actuar con valentía, pero mi hijo está muerto». Y sin embargo el presente se mueve y poco a poco se funde en un futuro que Montse no quiere perder. «Lo tenemos nosotros y también mis hijos». Ella conserva su dolor, recuerda los días posteriores al atentado, la rabia y la impotencia, su deseo tantas veces repetido por otras víctimas de que su hijo y sus compañeros fueran los últimos. Por suerte para ella, los etarras que mataron a Diego no consiguieron arrebatarle la vida. «Quiero dar un mensaje de esperanza, quiero dejar a mis hijos un país mejor que el que me encontré yo», dice.