Antonio Ceballos sale de las dependencias nobles del Obispado antes de la rueda de prensa. :: MIGUEL GÓMEZ
CÁDIZ

Ceballos se despide de la Diócesis tras atender a más de 40.000 inmigrantes

Reconoce emocionado haber vivido momentos «duros y gozosos» en su evangelización a través de un Sínodo y en su atención a los desfavorecidos

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Aparece con su tradicional imagen de negro impoluto por la sala de prensa del Obispado de Cádiz. Podría ser una comparecencia más, de las muchas que ha dado ante los medios durante los últimos 18 años. Sin embargo, la fecha (una calurosa mañana de octubre de 2011) y su mirada desvelan que no es una rueda de prensa más. Antonio Ceballos Atienza, con un pie como obispo administrador de la Diócesis y otro como pontífice emérito, se marcha y en su larga lista de despedidas no quería dejar pasar la oportunidad de decir adiós a unos medios que, según él, le han tratado «bien, con alguna cosilla». Lo hace con una sonrisa en el rostro, pero con una mirada triste de aquel que parece no quererse marchar.

Intensos y duros, pero a la vez gozosos, así definió ayer Ceballos su pontificado al frente de la Diócesis de Cádiz y Ceuta. En una extensa comparecencia recordó sus visitas pastorales, el Sínodo Diocesano del año 2000, a los jóvenes y la nueva evangelización. Áreas que le han dejado un hondo sentimiento desde que accedió a su cargo en 1994: «Tengo en mi corazón a estas tres bahías y dos mares».

Un territorio extenso y heterogéneo que le «llevó tiempo comprender». «Hasta el final he estado aprendiendo de sus problemas económicos y de los inmigrantes, así como de sus gentes», matizó Ceballos. Y es que si por algo será recordado el prelado saliente es por su dedicación a las capas más desfavorecidas de la sociedad. Ayer, en su última comparecencia, los pobres, parados e inmigrantes centraron buena parte de su discurso. De hecho, sus palabras estuvieron acompañadas de un extenso dossier sobre la labor desarrollada por Cáritas Diocesana y el Secretariado de Migraciones (además de otro informa del trabajo realizado por la Delegación de Patrimonio).

Ceballos reconoció haber vivido «momentos de mucho dolor» en torno a la inmigración: «Aún recuerdo como al poco de llegar, en 1994, pude saber que había inmigrantes en la muralla de Ceuta. Luego aquello explotó y se inició un flujo migratorio que aún perdura». Y de su retina no se borra un recuerdo cruel: «Tuve que oficiar el entierro de nueve inmigrantes sin nombre, fue muy duro».

Un constante goteo de los cuales la Diócesis ha atendido una media de 2.000 a 3.000 desde 1995 (tan solo el pasado año ya fueron 3.911 inmigrantes) en una cifra en aumento que ha llevado a atender a más de 40.000 personas. Un crisol de 90 nacionalidades que encontraron acogida en el centro Tierra de Todos. «La antigua Casa del Obispo la dediqué a los barrios más necesitados, a los jóvenes y los inmigrantes», reconoció ayer orgulloso el prelado.

Una dedicación de la que también hizo gala con los trabajadores y parados: «El paro juvenil es muy duro. Lo he tenido presente y por eso mis cartas pastorales del 1 de mayo han hablado de la situación de los trabajadores. Ahora tengo que confesar que algunas me dijeron que eran muy atrevidas».

Un Sínodo clave

Aunque no solo en los más desfavorecidos se centró el balance del pontificado de Ceballos. De hecho, el administrador apostólico resaltó «la atención a la formación, atención y evangelización». Una tarea «de toda la Iglesia» que en buena medida centró el debate del Sínodo Diocesano del año 2000. Un encuentro de la Iglesia gaditana que llevó a unas constituciones sinodales con objetivos como la religiosidad popular. «Hoy en día podemos decir que las hermandades y cofradías están al día, aunque siempre se puede mejorar», explicó Ceballos que aludió a las coronaciones canónicas (para las que dejó caer que «otras dos están en camino») «como una forma de acercarse al pueblo».

Durante sus años al frente de la Diócesis, Ceballos ha experimentado «grandes transformaciones». Y en esa sociedad cambiante le ha tocado a Antonio Ceballos desarrollar su labor pastoral con un tanto de mano izquierda y otro de manga ancha con su propio clero y con las instituciones civiles. «He hecho lo que podía hacer. Han sido unos años muy intensos. El Señor me ha conservado la salud física, psíquica y la espiritual», matizó el obispo. Fortaleza para vivir «los gozos» que ayer le llevaban a emocionarse: «Me llevo un recuerdo maravilloso. Me he sentido acogido y querido», remarcó. Hasta ahí llegó su comparecencia, justo después se quebró la voz emocionada del que será recordado como el obispo de los inmigrantes.