MILENIO

EL HIJO DEL VAQUERO

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Mayestático y cercano a la vez, dualidad excelsa en algunos líderes, así apareció Felipe González ante un enjambre de reporteros televisivos sin contratos. Tiene el maduro líder sevillano una pelambrera digna de admiración y copiosa abundancia de cabellos canos vencidos por la edad. Pero sigue causando expectación el casi reverente líder. Se le han ido varias décadas de existencia sin que se percataran sus familiares más cercanos. Guerra, el viejo amigo (¿), no tiene ese problema. Mantiene tersa la llanura de su rostro, la mirada ácida del mandatario que deja pasar escasas luces de dudas fallos y su reconocida sonrisa convertida en sarcasmo.

Pero Felipe, el hijo del vaquero que vivía en lo que se llamó, en la larguísima posguerra, el 'canal de los presos', es un ciudadano que llega a la City inglesa y allí le aguardan gacetilleros de colmillos retorcidos; toma el té en la residencia del primer ministro, y cuando la noche domina la escena londinense se reencuentra con antiguos correligionarios en cuyas filas figuran desaparecidos, arrepentidos y una minoría que no dimite ni ante el averno.

Es lo que llama la atención en su alter ego del barrio de los Remedios en la capital sevillana: Alfonso Guerra. 'El canijo' como le decían, y siguen insistiendo, sus correligionarios más fieles. Está donde ha estado siempre. Felipe se despojó de sus primeros amores y de sus tendencias menos conocidas, pero hoy, y mañana, será un ciudadano libre. Eran compadres de ley y hoy son viejos conocidos que no hablan entre ellos de cine ni de muchachas de buen ver. La vida tiene estas cosas. En cuanto te distraes caes: te han birlado más de la mitad de tu existencia.

Pero a sus respectivas edades todos sus recuerdos están ligados con moradores del otro mundo. Felipe, aún, se quiere pringar con las elecciones y el final (¿) de la maldita ETA, mientras el Guerra González, Alfonso, prosigue enganchado en la literatura francesa y en las muchachas que saben soportar las malas jugadas que la vida guarda sin avisos previos. A Felipe lo vimos una noche en Guadalajara bien acompañado, y a Alfonso Guerra lo contemplamos sentado en el lecho del presidente portugués, Soares, tendido sin zapatos y junto a amigos ilustres que discutían sobre Lisboa y Sevilla. ¡Ah!, mientras un premio Nobel de Literatura escuchaba con atención. La vida, a veces, te besa con ternura.