Atrapados en el laberinto
Actualizado: GuardarPor lo que sabemos gracias a la historia, las crisis económicas alimentan la imaginación y las ideologías extremas. Baste echar una ojeada fugaz a la historia del siglo pasado para comprobar cómo el crack del 29 nos trajo por un lado los regímenes totalitarios de Alemania y Rusia y, por otro, en el patio de enfrente, nos creó la mitología de eso que José Luis Garci llamó el cine de las sábanas blancas.
Frente los sueños de Frank Capra y sus coetáneos hoy tenemos, y no solo en España, los realities, los talk-shows y el imbecilismo palomitero. Nos hemos vuelto demasiado cínicos para creer en Cenicienta o en Juan Nadie, y no tenemos un referente que nos haga ser conscientes de no solo de circo vive el hombre.
Las ideologías han muerto también. O, al menos, el pragmatismo económico se alza por encima de todas las demás ideologías. Manda el número sobre la filosofías, el balance impersonal sobre el desequilibrio de las personas. Estamos hechos a lo inevitable y vivimos en la paradoja de salir a las calles a hacer ruido, el sábado mismo, para expresar nuestro descontento y, al mismo tiempo, sabemos de antemano) quién nos va a gobernar dentro de unos meses, y a qué hilos que nos sostienen tan precariamente van a aplicar los recortes.
Tenemos fútbol, y buenos y malos como siempre, unos de merengue o de blaugrana, de Ferrari o de McLaren, y en eso se nos van las horas de nuestro tiempo. Nos hemos escamoteado lo importante y, en ocasiones, nos buscamos los enemigos donde no están. Hace unas semanas hemos visto cómo los políticos catalanes, posiblemente sabiendo que a quien venga no le hará falta hablar su idioma en la intimidad, empezaban a poner a caldo a los andaluces. Es la mirada de asco hacia el emigrante, el racismo que siempre dijimos que no sentíamos en este país. pero no hay más que ver cómo tratamos nosotros también, los andaluces, a los rumanos o a otras etnias que hacen los trabajos que antes no queríamos hacer nosotros. Nos estamos convirtiendo en un monstruo feo que se muerde la cola.
Y para colmo, pese a las protestas y las marchas, agradecemos que nos planten un paraguas nuclear al otro lado de la bahía: El mono de 2001 descubre nuevamente que su futuro depende de las armas.