Sistémica
Nuestra salvación está en los ricos. De manera que hay que salvar en primer lugar a los ricos. ¡Es muy urgente!
Actualizado: GuardarVaya por Dios! «La crisis de la deuda es sistémica». Lo dijo esta semana Jean-Claude Trichet, el presidente del Banco Central Europeo días antes de abandonar la institución. Me recordó a aquel personaje de Beckett que solo se atrevía a insultar huyendo. Trichet lleva ocho años ahí, protegiendo a los bancos, y ahora que se va dice que el mal es sistémico. Que viene a ser algo así como decir que lo que de verdad está jodido es absolutamente todo. Y que probablemente no haya salvación. O que si la hay, no se quiere decir en voz alta cuál es porque probablemente, para la gente normal, sea peor la salvación que el colapso. En el fondo, ¿no lo sospechamos todos? ¿No se nos ha insinuado, de algún modo, que podría ocurrir algo así? El colapso, el hundimiento, llámenlo como quieran: la ruina de los Estados Unidos. Miren, yo casi estoy deseando que ocurra de una vez. En parte, porque me gusta el espectáculo, claro. Pero, en parte también, porque lo considero necesario y porque creo que así no se puede seguir.
Un sistema basado en el modelo del crecimiento imparable es una locura fuera de toda razón. Y mirándolo fríamente, el modelo actual solo beneficia a los ricos. Permítanme que utilice este término bíblico, los ricos: es muy real. Porque, de hecho, el sistema del que hablamos es el sistema de los ricos. Así de claro. Es su sistema. Ellos deciden las pautas y marcan los ritmos. Ellos son quienes se empeñan en perpetuarlo como sea. Y si finalmente lo consiguen, será en su propio beneficio y a costa, por supuesto, de quienes todos sabemos. Lo están haciendo ya: usted lo ha notado. Pero al parecer no es suficiente. Quieren ir a más. Quieren más.
Una de las estrategias más elementales del sistema es la emisión de mensajes. Y lógicamente, el mensaje más repetido es: no hay vida fuera del sistema. Es gracioso, es un círculo perfecto. Nuestra salvación está en los ricos, etc, etc. De manera que hay que salvar en primer lugar a los ricos. ¡Es muy urgente!, dicen todos. No sé. La actitud de los mercados me recuerda a David Carradine en 'Kill Bill 2' cuando en tono conciliador y con una relajada sonrisa le dice a Uma Thurman: «Soy un cabrón despiadado y lo sabes». En fin. Cuando lo inevitable y lo razonable es pensar que algo tiene que cambiar de un modo radical más temprano que tarde. Y que quizá un colapso o una convulsión extrema, algo que sacara a la luz toda esa cantidad descomunal de basura que aún se trata a duras penas de ocultar, sería lo mejor: una especie de catarsis. Lo he dicho otras veces: si la tasa mundial de consumo fuera como la de EE UU harían falta cinco planetas para soportarlo. Cuando decimos 'el sistema', nos referimos a esa locura. Y no puede ser. Es una demencia. Por una parte lo vemos con absoluta claridad y por otra nos negamos a verlo. No tenemos remedio.