Daniel Luque remonta una insufrible tarde del Pilar
El torero sevillano reanima con su faena al sexto, una plana corrida
ZARAGOZA. Actualizado: GuardarPasaban más de dos horas y media largas de un tedioso espectáculo. Y la presidencia, en varios casos precipitadamente, había devuelto ya a los corrales hasta cuatro toros, entre titulares y sobreros, de una corrida que a esas alturas se estaba haciendo insufrible en el tendido.
Incluso había quien apremiaba a Daniel Luque a terminar pronto su faena a ese sexto ejemplar de Parladé con el que se esforzaba en buscar un lucimiento que no llegaba. Todo el mundo se quería ir a casa.
Pero Luque siguió empeñado en buscarle las vueltas al animal hasta que encontró la distancia perfecta del cite y, de uno en uno, le sacó muletazos templados, de relajada expresión, que el toro agradeció tanto con la gente que ya renunciaba a emocionarse.
Fue así, con una gran fe en sí mismo, como el joven Luque exprimió las últimas gotas del jugo del triunfo en un final inesperado que la gente vivió como una liberación tras tanto aburrimiento. Y con ese mismo entusiasmo le concedieron la única oreja que se paseó en la morosa y plúmbea tarde.
Ya con el tercero, otro toro de muy escaso fondo de Parladé, Luque había toreado con naturalidad y relajo, con temple en su figura y en sus muñecas, para cuajar media faena notable hasta que el astado se paró irremisiblemente.
Las dos actuaciones de Daniel Luque fueron los únicos momentos de cierta vibración de la tarde, aunque El Cid le cuajó unas cuantas tandas de largos y hondos naturales al cuarto, que tuvo calidad pero poca emoción en sus embestidas y restó calor al trasteo.
Con el primero, el sobrero de la ganadería titular, también estuvo relajado y suficiente el de Salteras, pero ésta vez no logró mayores cotas por el excesivo castigo en varas que sufrió un toro que apuntó buena clase.
Tras tanta ida y venida de la parada de cabestros, Miguel Ángel Perera mató finalmente el tercer y cuarto sobreros, de las divisas de San Pelayo y Las Ramblas. El primero, pese a sus justas fuerzas, tuvo un galope rítmico y dulce en todas sus arrancadas, mientras que el otro, escobillado del pitón izquierdo, se movió sin clase ni celo.