Dos niños se deslizan por la laguna de Wavegarden. :: P. V. B.
Sociedad

Una empresa española que crea olas artificiales instala el primer 'surfódromo' en la meca mundial de este deporte

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Vender olas para surfear en Hawái tiene que ser algo así como colocar un cargamento de hielo en Laponia. Además de ser la cuna de este deporte, el archipiélago estadounidense ofrece un surtido de olas capaz de satisfacer el paladar de los surfistas más exquisitos. Vamos, que lo que han hecho los ocho aficionados a la práctica marina que están detrás de la empresa guipuzcoana que lleva el nombre de 'Wavegarden' tiene su mérito. A ver quién puede presumir de haber vendido a los hawaianos una instalación para cabalgar en el mar sobre olas artificiales. «Para nosotros ha sido como una especie de sueño», confiesa gozoso el ingeniero José Manuel Odriozola como si todavía no lo hubiese asimilado del todo.

Odriozola es fabricante de olas. Podría pasar por una licencia poética, pero no lo es. Su oficio es ese: idear ingenios mecánicos capaces de generar ondas allá donde antes solo había una superficie de agua en reposo. Aunque para dedicarse a una cosa así uno tiene que ser primero un soñador. O un visionario. O un loco del surf. Odriozola, 42 años y unos ojos en los que se condensa el azul de todos los mares, tiene algo de todo eso. Nació en San Sebastián y creció montando las olas de la playa de la Zurriola a lomos de una tabla. Lo de fusionar su pasión con su trabajo no fue algo premeditado, sino que salió sobre la marcha. «Tenía una empresa de instalaciones deportivas con mi mujer y veíamos que se montaban pistas para practicar todo tipo de deportes, pero a nadie se le ocurría lo del surf. Un día leímos en una revista que habían instalado una pista de esquí cubierta en medio del desierto y pensamos que igual nuestro plan no era tan descabellado».

Lo de crear olas artificiales no es una idea nueva. Hace ya más de medio siglo que los surfistas buscan la manera de poner en práctica su afición sin depender de los caprichos del mar. «En la década de los sesenta hubo algunas tentativas, sobre todo en los Estados Unidos, pero no salieron adelante porque la calidad de la ola no era buena o los costes de la instalación resultaban desorbitados». El proyecto que estuvo más cerca del éxito, continúa Odriozola, se llevó a cabo en Japón de la mano de la empresa Mitshubishi, la de los coches, pero se fue al traste porque las cuentas no salían.

¿Y cómo se crean olas artificiales? Odriozola pone cara de póquer. Hallar la solución le ha costado casi seis años de trabajo y no es cuestión de dar pistas a posibles competidores. Por toda respuesta cita al periodista en Aizarnazabal, un pequeño pueblo situado en el interior de Gipuzkoa que se ha convertido en el cuartel general de 'Wavegarden'. Allí, en una campa rodeada de explotaciones rurales, Odriozola y sus compañeros de aventura han instalado su 'laboratorio': una laguna artificial de unos cien metros de largo que descansa sobre una superficie de plástico que impide que el agua se filtre al terreno.

La laguna está turbia. Por la noche ha llovido bastante y es difícil ver el fondo pese a la escasa profundidad. No sopla una brizna de viento y la superficie parece un espejo. Odriozola hace una seña a uno de sus compañeros y el motor de un compresor se activa. El ronroneo de la máquina hace que algunas de las vacas que pastan en un terreno próximo levanten la cabeza. El agua, sin embargo, sigue en calma. De repente la laguna parece cobrar vida. Las aguas empiezan a agitarse y una ola surgida de la nada acapara todas las miradas. No tiene mucha altura pero se desliza a gran velocidad y parece sorprendentemente potente. La ola rompe con estrépito en las orillas de plástico y el agua vuelve a remansarse hasta que la laguna recupera su quietud y el silencio se adueña de nuevo del paisaje. Confundido por el espectáculo, el periodista no consigue apartar los ojos del fondo de la laguna, intentando localizar al misterioso ser que ha sido capaz de realizar semejante prodigio.

Empujado por un tractor

«Se podría decir que es un perfil parecido al ala de un avión que al desplazarse por debajo del agua genera una onda», es lo más que dice Odriozola del resultado de su trabajo. Empezó en 2005 con simulaciones por ordenador y luego pasó a las maquetas. Más tarde consiguió el terreno para excavar la laguna. Junto al estanque, un contenedor acristalado que hace las veces de oficina ha sido su segundo hogar en los últimos años. No se atreve a calcular cuántas soluciones ha ensayado. «Una vez llegamos a probar un sistema en el que la ola se generaba con un tractor que circulaba por un lateral de la laguna», cuenta divertido. El prototipo definitivo vio la luz el año pasado y desde entonces Odriozola y sus amigos han hecho desfilar por Aizarnazabal a todos los primeros espadas del surf mundial. «Las últimas pruebas las hicieron gente clasificada entre los diez primeros puestos del campeonato del mundo», puntualiza.

La ventaja de la ola que genera su ingenio no es su tamaño sino su calidad. Es una ola con forma de tubo y recorrido largo que es apta tanto para especialistas como para aficionados que dan sus primeros pasos. 'Wavegarden' sacó su ingenio al mercado en febrero y se ha fijado como objetivo especializarse en el montaje de 'surfódromos', complejos recreativos al aire libre que giran en torno al deporte de las olas. «El protagonismo, claro está, lo tiene la lámina de agua y a su alrededor hay instalaciones que pueden ir desde un 'skate park' a una pista de voley o un restaurante. El estanque ideal tendría 250 metros de largo y una capacidad para 40 surfistas».

El precio de la instalación completa ronda los tres millones de euros. «Al principio pensamos que podía despertar interés entre ayuntamientos o instituciones en España, pero tal y como están las cosas por aquí nos hemos lanzado al exterior». El trajín de conversaciones telefónicas en inglés que se traen a todas horas los socios de 'Wavegarden' habla del interés que ha suscitado la iniciativa. «El resto de las opciones que hay en el mercado no pueden competir con nosotros ni en calidad de ola ni en precio», dice un Odriozola muy metido en su papel de empresario. El ritmo al que se suceden las consultas -recibieron 2.000 peticiones de información al poco de empezarse a dar a conocer- demuestra que el producto tiene gancho no solo entre la gente próxima a la práctica marina, sino también entre inversores que van en busca de beneficios. «El mundo del surf tiene mucho futuro por delante», insiste el ingeniero, que recuerda que se estima que el deporte aporta unos 8,3 millones de euros anuales al PIB local de una ciudad como San Sebastián. «Las olas artificiales son una alternativa interesante porque el número de surfistas ha crecido de forma tan vertiginosa en la última década que muchas playas están saturadas. Es difícil disfrutar de una ola cuando hay otros 150 a tu lado que intentan hacer lo mismo».

A Odriozola le esperan ahora en Oahu, la isla más importante de Hawái y en la que está su capital, Honolulu. El 'surfódromo' estará listo para el año que viene y por nada del mundo se perdería un acontecimiento así. Lograr que un sueño se haga realidad no está al alcance de cualquiera, menos aún si uno se dedica a un oficio tan poco convencional como el de fabricar olas.