QUÉ NOS GUSTA UN SOLDAO
Tantos años después mantenemos vigente a Berlanga y Azcona, incluso a Merimeè somos incapaces de hacerlo viejo
Actualizado: GuardarEl webmaster de cabecera, revolucionario cabal a tiempo parcial, dice que lo peor de los últimos 30 años es que no hemos avanzado y que eso es retroceder mucho, perder demasiado tiempo y que no tenemos nada más. Dice que la gente de por aquí, más allá de la tecnología con la que tan bien se lleva y que domestica como pocos, no ha aprendido nada, no evoluciona un pelo. Me recuerda a la anciana de 'Las Amistades Peligrosas', que cuando se le consultó por el berenjenal de camas deshechas y la plaga de cuernos dijo «lo único que me asombra es lo poco que cambia todo». Las coplas de Carnaval de la década anterior, y de las otras, siguen vigentes, martillean la cabeza como las canciones de moda que uno repite en silencio sin querer, loco por olvidarlas. Pero es imposible. Son actuales como cuando se parieron. Nos llevamos todo el verano tarareando «la visita del Papa mucha polémica levantó» y hemos empezado el otoño murmurando con vergüenza «si esta tierra se disparata por la boda de un matavacas y la hija de una duquesa.». Entre tanto, podríamos repetir cuando quisiéramos aquello de «que vamos dando pasitos patrás». Escandalizarse suele dar cosa. Por repetitivo, injustificado e hipócrita. Si la mujer celebra bodas cuando le tocan funerales, pues qué suerte. Se limita a seguir el precepto sabiniano que recomienda «que el fin del mundo te coja bailando». Provoca más envidia que rechazo. La vieja es una afortunada. En vez de partida de nacimiento, al nacer, en el Registro, le dieron una Primitiva. Rodeada de palacios, obras de arte, intelectuales, artistas, fortuna, tierras y dinero que, por más interés que ha puesto, no ha conseguido derrochar del todo. Cualquiera, en su lugar, habría hecho lo mismo. O peor. No quiero ni pensar cómo habríamos acabado los que nunca pudimos ser hedonistas, vividores, golfos y viciosos pero teníamos vocación. Quisimos, pero quedamos en frustrados por la falta de arrojo, horas o dinero. Creo que habríamos muerto de sobredosis de Cialis, kite-surf, jamón o Valdepeñas. La señora, por tanto, es completamente ajena al mérito, sólo es cómplice de la fortuna. Lo que sí parece triste es la reacción de los demás.
Parece ridículo verla entre miles de cámaras, maleducadas embajadoras de millones de curiosos groseros. Somos todos patéticos como palmeros que ensalzan a un personaje sin el menor valor, que representa justo lo opuesto a todos los valores vacíos con los que nos llenamos la boca. Pero tampoco parece que los muchos morbosos que se divierten con eso sean peores que los que nos entretenemos, pongamos, con el fútbol. Vivimos en un sitio en el que igual se aplaude una coronación que un ahorcamiento.
Ni siquiera es que sigamos en Berlanga y Azcona. Es que ni a Merimeè dejamos antiguo. Ni siquiera desaparecen de nuestro paisanaje los soldados extranjeros a los que camelar para buscarnos la vida. Casi dos siglos después de Carmen, seguimos pendientes de que los uniformes nos saquen de pobres. Que vengan y compren, que traigan a sus familias, sus coches y sus barcos. No vamos a preguntar lo que llevan dentro. Y si preguntamos, nos van a decir lo que les dé la gana que para eso son los que tienen el parné. Dice Manuel Chaves que sólo habrá armas convencionales y, añade, que si esa previsión cambia «tienen que notificárselo al Gobierno». Traducido, a ZP le han dicho «que, si eso, ya te llamo». Va a tener razón el webmaster. Hemos tenido 30 años para empezar a idolatrar a inventores de teléfonos mágicos, para aprender a ganarnos la vida con patentes, pero seguimos de siervos de los que las tienen. Un cuarto de siglo perdido para poner en pie una industria competitiva, de esa que nunca emigra en busca de esclavos más baratos porque necesita operarios bien preparados. Nos queda ponerle otra Budweiser al yankee. Hemos tirado ese tiempo tocando las palmas y esperando a militares. Cabe pensar que, al menos, estamos donde estábamos, que no hubo retroceso. Pero seguir en el mismo sitio es perder mucho tiempo. Casi todo.