LOS GRANDES PARTIDOS ANTE EL 20-N TROMPETAS DE VICTORIA
Actualizado: GuardarNo faltó nadie. Todo el que es algo en el PP o aspira serlo estuvo en Málaga para escuchar a Mariano Rajoy en la clausura de la convención nacional del partido. Tal es la convicción en la victoria el 20 de noviembre que nadie dejó pasar la oportunidad de ver y dejarse ver; y es que las listas para el Congreso y el Senado no están aún cerradas y si el PP llega al Gobierno habrá mucho cargo a repartir. Solo se echó en falta en la clausura a Manuel Fraga, ausente por razones de salud, y a Esperanza Aguirre, no se sabe por qué.
Si el pasado fin de semana se respiraba aires de funeral en la convención política del PSOE, ayer atronaban trompetas de victoria en la convención de los populares. En los corrillos de los centenares de participantes todo eran sonrisas y carcajadas, besos y abrazos, fotos con unos y con otros, y quinielas a cada cual más optimista sobre el 20-N. La horquilla más apostada era la de 180 a 190 escaños.
De nada sirvieron las llamadas a la cautela que hacían los dirigentes. Un presidente autonómico, en una fiesta del partido el viernes por la noche, alertaba de que había «demasiada euforia». Pero eran llamamientos y preocupaciones vanas, hasta la organización del cónclave iba sobrada al punto de que todas las mesas de debate eran a puerta abierta, nada de secretismo, nada que ver con los socialistas, que hace una semana mantuvieron sus discusiones a puerta cerrada. Incluso los encargados del dispositivo la seguridad de la reunión, siempre discretos y secretos, iban identificados con una credencial que decía seguridad.
Nada que esconder porque tampoco había nada nuevo que mostrar. Era una convención nacional para presentar el programa electoral, pero de eso, nada se supo. El esperado discurso de Rajoy en la clausura no arrojó ninguna luz sobre lo que va a hacer y cómo lo va a hacer si gobierna. Fue un secarral de propuestas. Eso sí, en un tono emotivo y con una retórica 'buenista' que por momentos recordaba a la de José Luis Rodríguez Zapatero. Nada que ver con el discurso áspero y de combate de José María Aznar. Concordia, acuerdo, consenso, diálogo, gobierno para todos no se caían de la boca del líder de la oposición. Solo faltó que mencionara el talante.
La parroquia, sin embargo, no estaba muy por la labor. En un momento en que Rajoy hablaba de buscar afinidades con todos, desde la entregada concurrencia surgió el racial «a por ellos oé, oé, a por ellos, oé, oé». Fue un momento de desfogue en medio de la contención discursiva. El entusiasmo afloraba por todas partes. Rajoy fue interrumpido por ovaciones infinidad de veces, los cánticos de «se siente, se siente, Mariano, presidente» o el «oa, oa, oa, Mariano a la Moncloa». Baste decir que tardó casi una hora en leer un texto de 13 folios. Si hubiera recitado la lista de los reyes godos también hubiera cosechado aplausos.
Un ardor y una fe en el triunfo que no pasaron desapercibidos para la treintena de embajadores que acudieron a la cita, y el ministro de la Presidencia marroquí, sentado en la zona noble del aforo. Y es que los efluvios de la marmita del poder son un imán irresistible para todo aquel que barrunta un cambio de viento. Si ese un indicador fiable, Rajoy lo tiene hecho.