Tribuna

Los paisajes perdidos

CATEDRÁTICO DE PREHISTORIA (UCA) Actualizado: Guardar
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He subido a la Sierra de San Cristóbal para hacer unas fotos de la Bahía, aprovechando que el viento de poniente despeja un horizonte amplio y nítido hasta Cádiz y el mar. Delante de mí, al pie de la sierra, la ciudad fenicia del Castillo de Doña Blanca, situada en la antigua línea de la costa, que en la actualidad se halla en Valdelagrana. Hoy separan ambas costas unos 18 km , y entre ellas un espacio de marisma. ¿Qué ha sucedido, cómo y cuándo se produjeron estos cambios?. Y me pregunto qué pensaría un fenicio redivivo del siglo VIII a.C. si en el 2011 le concediesen, traspasando el Estrecho, desembarcar en los puertos de la Bahía o continuar por el río Guadalquivir. Se sentiría confuso, creyendo que había equivocado la ruta, que se hallaba en otro lugar, que los dioses le habían variado el rumbo, como sucediera a Odiseo hasta llegar a Itaca. Sin embargo, navegaba por las mismas aguas que acostumbraba.

¿Cómo eran estos paisajes, diluidos ahora en otros ríos, en otra costa, en otro suelo? Es la historia reiterada de la mayoría de los paisajes costeros, siempre cambiantes, que los textos antiguos y los estudios paleogeográficos nos desvelan paso a paso. ¿Cómo era esta costa, desde el templo de Melqart hasta la Bahía, y más allá, hacia el oeste, hasta la desembocadura del río Guadalquivir?. Es la pregunta que intentaré contestar escuetamente.

Invito a situarnos en el año 1000 a.C. Si comenzamos por el río Guadalquivir, su desembocadura -actualmente en Sanlúcar de Barrameda- se hallaba en época fenicia a la altura de Coria del Río e incluso más cerca de Sevilla, casi 90 km al interior, ofreciendo una modulación triangular. Hablamos de un amplio estuario, delimitado entre Matalascañas y Sanlúcar de Barrameda y con su vértice cercano a Sevilla. Posteriormente, en época romana, se formó entre ambos límites un cordón litoral de dunas, de 16 km de longitud y de 1 a 2 km de anchura, que originó un lago extenso, conocido como Lacus Ligustinus, al que desembocaban las aguas del Guadalquivir. En la margen oriental de este lago se abrían esteros navegables, como puñales en la costa, siendo el más conocido el que llegaba a la ciudad de Mesas de Asta, de unos 15 km. Y este lago se fue rellenando a lo largo de los siglos con los aluviones arrastrados de sus márgenes hasta configurar el paisaje actual protegido del Coto de Doñana.

Otro río importante es el Guadalete, que hoy desemboca en El Puerto de Santa María y hacia el año mil en la Sierra de S. Cristóbal, junto a la ciudad fenicia del Castillo de Doña Blanca (CDB), formando también otro estuario de menor extensión que el del Guadalquivir. Alcanzaba hasta El Portal y Jerez. Es posible que, en algún momento, casi comunicase con el Guadalquivir, formándose así un una isla, llamada Cartare, donde algunos autores sitúan la ciudad de Tartesos. A partir de los siglos V o IV a.C. el estuario se fue colmatando, y el Guadalete se abrió paso, serpenteando, entre los aluviones, hasta El Puerto de Santa María, en época romana.

La ciudad fenicia del CDB, en tiempos fenicios, se situó al pie de la antigua costa, adonde alcanzaban las aguas marinas. Ahora dista de la costa actual unos 18 ó 20 km., ocupada por la marisma que contemplamos. Lo prueban los estudios paleogeográficos, un puerto y una amplia zona portuaria, de unas 7 Ha de extensión, a los pies de la ciudad.

Y enfrente, sustituyendo la marisma por agua marina, las islas gaditanas, alzándose en el Atlántico. Los griegos la denominaron en plural, es decir, 'Ta Gadeira', un conjunto de islas emergentes o perdidas bajo el agua. La ciudad de Cádiz, más baja y plana que en la actualidad, la formaban en realidad dos islas, una de menor tamaño de nombre, Eritía -como fue conocida por Homero- y otra más extensa, Cotinusa, separadas por un canal. Y cerca, la isla de San Fernando o de León.

De Cádiz, desde la isla Cotinusa partía una calzada estrecha y alargada, de 18 km, que terminaba en el templo de Melqart-Heraklés-Hércules, como muchos han visto en la bajamar de este año. Se sitúa en el islote de Sancti Petri, pero es probable que la extensión fuese mayor, como sugieren los numerosos hallazgos subacuáticos. Desde aquí, y por el río Iro, se llegaba al asentamiento fenicio del Cerro del Castillo, en Chiclana.

En suma, lo que hoy contemplamos es el resultado de cambios sucesivos, durante siglos, en el suelo y en el agua, por causas naturales y por actividades humanas. Islas soldadas, estuarios-marismas, ríos perdidos, masas arbóreas desaparecidas conforman un espacio evanescente, que hay que revivirlo. Estas líneas nos ayudarán a ver con otra mirada la Bahía de otros tiempos, de época fenicia, a conservar lo existente.