Artículos

Ecosistema metafísico

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Las riberas del altivo rio Zaire, entre Lumumbashi y Kisanghani, están achicharrados. La negrura de los suelos incendiados rivalizan con el verdor agudo de una foresta catedralicia intrincada y misteriosa, cuyo egregio silencio se trunca apenas un chasquido foráneo, inusual, para convertirse en coro aterrado. La tala y quema sistemática, el despilfarro desequilibrado se debe tradicionalmente, a unas labores de miserable labranza, que sacrifica decenas de miles de metros cúbicos de madera majestuosa por sembrar unas decenas de matas de maíz famélico, que da para malcomer unos pocos días. No puede el ser humano que habita estos lugares, ejercer de forma adecuada el rol que la Naturaleza le tiene asignado, la de ser su albacea y rector, pues hartos problemas tiene para subsistir. La humanidad de los miserables, es accidental. A lo sumo, milita en campo abierto por hacerse respetar como cenit de la cadena trófica, y tala, quema y mata, ejerciendo de necio tirano.

No puede hablarse de ecología sin entenderla como sistema, como método, regido por el ser humano. Ha de ser, pues, una rutina antropocéntrica, una praxis armónica legislada por pautas de comportamiento colectivo. Debe ser una ley de leyes, una carta magna, que regule la vida de miles de millones de vidas, unas al servicio de las otras vidas, sin servilismos ni claudicaciones. No existe en la Naturaleza ni un minúsculo hálito de vida que esté en escena por casualidad. Resulta ser una atmósfera dramatúrgica ingeniosísima en la que los colores, los olores, los sonidos, un todo plástico, se erige en vocabulario y en sintaxis de un gran discurso emocionante.

El ser humano, en sí mismo, es otro ecosistema, complejo y frágil como el de la misma noble Tierra, que debe comunicarse con los ecosistemas materiales en calidad de ecosistema metafísico. La natural bondad del ser humano, no debe ser talada ni quemada para sembrar en su alma misteriosa de jungla frondosa, un puñado de traiciones como si fueran arriates de rábanos. Y así como los ecosistemas naturales claman por la rigurosa observancia de unas pautas canónicas, sistémicas, para no exterminarse, debe clamar el hombre llano para que sean respetados por los poderes fácticos los elementos esenciales de su ecosistema metafísico para vivir en libertad gozosamente.

Debe exigir la luz, la irrigación, y los cuidados necesarios para poder existir en paz, respirando armonía, justicia, tolerancia, concilio, respeto, altruismo, filantropía, humildad, honradez, probidad, transparencia, esfuerzo, honra, educación, estudio, esfuerzo, sacrificio, pasión, emoción, amor, gozo, ética y estética. todas las nutrientes propias de un ecosistema metafísico feraz.