Sociedad

CUESTA ABAJO

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Contemplada la ínsula ibérica en los viejos mapas escolares, que eran de hule en los terribles mapas de la época, Andalucía siempre estaba al final. Todo era de Despeñaperros para abajo. Azorín escribió sobre la Andalucía trágica, mientras los simpáticos hermanitos Álvarez Quintero relataban risueños episodios florarles, con mocitas en los patios. También García Lorca escribió sobre «la Andalucía del llanto», entrevista y padecida, en los montes pelados, el agua clara y los centenarios olivos. Hay que preguntarse qué hemos hecho de nuestro pobre y resplandeciente huerto. Andalucía se hunde al mismo tiempo que flota. Aquí mucha gente vive de que algunos vengan a verles. Sólo en Málaga, el mes de septiembre arroja un balance como para tirarlo a la basura: doscientos parados diarios. Ojo al dato, que es el peor desde hace quince años.

Antonio Gala, que siempre ha sido muy valiente, está escribiendo los artículos más valerosos de su vida, ahora que no está del todo bien, hablando de la llamada Santa Madre Iglesia y de su santa tierra andaluza. (Ánimo, Antonio). Fue el que puso el grito en el cielo indiferente de esta Comunidad cuando dijo «¡Viva Andalucía viva!». Unas palabras capicúas que nos conminaban a no amodorrarnos. Ni siquiera a echar una siesta tan larga para que se nos apareciera en persona el buen apóstol Blas Infante.

No sé qué va a ser de nosotros, no de usted ni de mí, sino de todos. En España hay 4.226.744 desempleados mientras escribo este artículo, pero serán algunos más cuando lo acabe, después de unos pocos reglones. Así no se puede seguir si no queremos acabar muy mal. Coronando Vírgenes 'de las de vestir' o haciendo museos para imágenes de Cristos dolientes solo se conforta a ciertos cofrades hereditarios o nuevos, pero habría que intentar otras cosas antes de que sea nunca. Para luego empieza a ser demasiado tarde y el precipicio está en el mismo sitio. Esperando a sus huéspedes, citados en Samarkanda o en la Plaza Mayor de cualquier pueblo.