Sociedad

A BUENAS HORAS

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Empiezo a no poder recordar algunas cosas inolvidables. Todos sabemos que la memoria es insurgente y te trae y te lleva episodios que a veces no constan en acta. Se nos pueden ausentar las alineaciones del partido que vimos ayer en la tele, pero comparecen las que presentaban los equipos, cuyo juego era notoriamente inferior, cuando éramos adolescentes y algo más irresponsables. A mí el Alzhéimer se me presentó muy pronto: desde que no sé dónde lleva intercalada la hache. Ahora dicen que la maldita enfermedad, que puede ser piadosa para el que la sufre, pero es terrible para los que le rodean, va a ser tratada con un nuevo medicamento y en cinco años se podrá retrasar su implacable avance. Demasiados días para no reconocer a mis amigos, que solemos reunirnos los jueves.

De aquí a que pasen cinco años hasta es probable que hayamos superado la crisis económica o que hayamos perecido todos si continúa su asedio. Del tiempo sólo sabemos que es sucesivo, pero no transcurre igual en un banco del parque que en la consulta de un dentista. He conocido a personas de clara inteligencia -antes se decía preclara- que acabaron siendo aproximadamente tontos. Nunca tontos del todo, que para eso hay que empezar antes, pero sí como si les hubieran pasado un trapo húmedo por la pizarra del alma. Dámaso Alonso, que nos descifró a Góngora y se sabía de memoria las octavas reales de la 'Fábula de Polifemo y Galatea', acumuló en su gloriosa vida un caudal de olvido sólo comparable al de su saber anterior. ¡Qué enorme injusticia! Tantas horas de clarividente afán para que luego queden sumidas en una especie de magma irreponsable.

Hay remedios que debieran haberse descubierto antes que las enfermedades. Más que nada por enterarnos del nombre, en vez de atribuirlas al agravio de los años. Incluso a las personas corrientes y vulgares nos afecta. Ya les contaré. Si es que me acuerdo.