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Los republicanos pierden una baza en la carrera presidencial

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Los grandes donantes del Partido Republicano habían movilizado a una legión de voluntarios para animar al gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, a sumar su nombre a las primarias presidenciales. Ayer, Christie defraudó a las bases conservadoras con un anuncio sobrio e irrevocable: «Aún no es mi hora. No abandonaré el compromiso con este estado».

El gobernador es un peso pesado de los republicanos, y nunca una expresión se ha revelado tan certera. Su obesidad es objeto de chanzas groseras y cábalas sobre las posibilidades de victoria de un candidato gordo. La talla de Christie también ha levantado suspicacias sobre su salud en este país donde la fortaleza física del presidente preocupa sobremanera a los electores. En los anteriores comicios, John McMcain terminó haciendo público su parte médico para acallar las voces que lo tildaban de achacoso.

Solo Ronald Reagan consiguió convertir su edad en una baza: «No me aprovecharé de la juventud e inexperiencia de mi oponente», dijo al demócrata Walter Mondale -tenía entonces 56 años- durante un debate electoral en 1984.

El enojo y la frustración son mayúsculos entre los seguidores de Christie. Es un líder calmado y pragmático, el primer republicano victorioso en Nueva Jersey desde 1997. Su negativa a presentarse y los tropiezos del segundo gran favorito, el tejano Rick Perry, han redefinido la pugna conservadora por la Casa Blanca. Mitt Romney ha vuelto a consolidarse en la cabeza de la batalla, la peor noticia que podía recibir Obama: según un sondeo de Gallup, el republicano lo humillaría con una gran derrota.