Editorial

Exasperante notoriedad

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La desactivación por entregas que la banda terrorista ETA parece protagonizar desde que en enero hiciera pública su última declaración de alto el fuego obedece, por una parte, a las dificultades que encuentra a la hora de dejar atrás su pasado sangriento y, por la otra, a su afán de convertir su ineludible derrota en un triunfo electoralmente rentable. Si lo primero resulta exasperante para una sociedad hastiada de una notoriedad que evoca lo más macabro, lo segundo constituye una afrenta especialmente hiriente para las víctimas del terror y, en otro plano, para las formaciones democráticas, en tanto que vuelve a hacerse ostensible la complicidad entre la banda y la izquierda abertzale para recabar el favor de una parte de la sociedad vasca. La nueva marca auspiciada por la izquierda abertzale, Amaiur, redunda en el propósito de buscar, mediante el agrupamiento de fuerzas marcadamente soberanistas, un resultado electoral que permita a los herederos de Batasuna continuar soslayando su responsabilidad. La paulatina amortización del terrorismo como factor propicio para la especulación política y para el enfrentamiento entre las fuerzas democráticas y las instituciones ha dejado un poso de palabrería y confusión que todos los responsables públicos deberían evitar si de verdad no quieren hacer el juego a los que tratan de pescar votos en las aguas de la desmemoria y de la indiferencia moral.