Patio de la recién rehabilitada Casa Pinillos (Plaza de Mina, 6). :: B.P.
EXTERIORES ROBADOS

PINILLOS FRENTE A ISABEL LA CATÓLICA

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La visita a la Casa Pinillos (Plaza de Mina, 6), tras su rehabilitación por el Ministerio de Cultura y la Junta de Andalucía, es un viaje al pasado y la belleza. Cada refinamiento del Cádiz transatlántico luce en su lugar: la maciza piedra umbral de mármol italiano; el soberbio portón original; la no menos preciosa puerta del patio, con su vidriera semicircular protegida por una delicada reja isabelina; el pavimento original genovés del patio, con su caja central; el brocal, abierto al aún visible aljibe, que deja sentir sus efluvios benéficos en la estancia, con su tapa de bronce y su pescante zoomorfo; la carpintería original en cada puerta, en cada cierro; la escalera, con sus peldaños originales de mármol centenario, con su zócalo de azulejos, con sus pasamanos de bronce y madera preciosa; el zocalillo de azulejos florales del piso principal, que, en unión del pavimento y la carpintería primitivos retiene el alma eterna de la casa; los pequeños elementos, ya sin uso, que documentan la época, como el llamador y la manivela de bronce, como el torno, como las puertas de armarios y alacenas.

Poco que ver con la rehabilitación de Isabel la Católica 19, presentada estos días por la Junta de Andalucía con profusión de elogios. Hay que aplaudir su esfuerzo por conservar algún elemento original, como las rejas del patio. Pero ha sustituido por «primeras calidades» un tesoro patrimonial que remonta al siglo XVIII: portones, la conventual puerta del patio, pavimentos, escalones; ha removido el brocal, las losas de Tarifa; se ha inventado un zócalo exterior de mármol comercial. ¿Tiene sentido dar aspecto «de nuevo» a aquello cuya riqueza está en su antigüedad?

Hay que agradecer a la familia Pinillos su donación; hay que congratularse del adecentamiento de las viviendas de Isabel la Católica; hay que felicitar a los rehabilitadores por lo que han hecho bien y alentarlos a avanzar en el respeto de lo que hace de Cádiz un destino privilegiado: su patrimonio, único e irreemplazable.