La verdad
Pobre de quien es incapaz de decirla, aquel que no la conoce, el que cree que el mundo se mueve sin ella. Allá él
Actualizado: GuardarLa verdad es siempre lo más recomendable. No mancha, aunque escuece; no perturba, aunque hace sufrir; no lastima, aunque duele. No es más triste la verdad, lo que no tiene es remedio, dice un Serrat que, cada vez que lo leo sin escucharlo, me parece mejor poeta. La verdad es eso que tanto nos cuesta decir y tan rabiosamente humanos nos hace. Eso tan necesario que hace que podamos pronunciar palabras como amor, amistad, sencillez, serenidad. Y verdad. La verdad necesita de ella misma si no, no puede existir. De hecho no existe. Solo la verdad nos hace libres. Pobre de quien es incapaz de decirla, aquel que no la conoce, el que cree que el mundo se mueve sin ella. Allá él.
La verdad es turbadora, revolucionaria, maestra y agradecida. Inquieta, pero no ahoga. Busca, pero no persigue. Entiende, pero no se explica. Acude, pero no te llama. Te busca, pero no la reconoces. Es tan limpia y certera que nunca acaba de decirse. La verdad, ay la verdad, qué insegura, qué inconsistente parece a veces. Vive sola, camina sola, entiende sola, busca sola, habla sola, zascandilea sola. No tiene límites. Es como el amor. Ay amor que rompes fronteras, ay amor que despierta a las piedras, ay de aquel que no te sienta alrededor.
Ay, amigo lector, ahora no sabría explicarle por qué estoy escribiendo lo que escribo. Tómelo como un divertimento, como ganas verdaderas de compartir un momento, un sentimiento. Acaso una emoción. Eso es, verdaderamente una emoción. Yo quería escribir de otras cosas, que si Rubalcaba dice, que si Rajoy esconde. Pero no tengo ganas. Supongo yo que el director de este periódico no pondrá pegas a que uno de sus columnistas disparate de vez en cuando. No hay mensaje oculto, hay ganas, nada despreciables, de pensar en la verdad como una herramienta poderosa.
Ahora que llega el tiempo de las promesas que culminan el 20N; ahora que el que bajó el sueldo a los funcionarios dice que si gana las elecciones no lo haría; ahora que el que va a ganar se hace un lío cada vez que le preguntan algo tan sencillo como: ¿Oiga, que hará cuando gane? Ahora que llega el tiempo en que confunden un voto con un hombre, o al revés; ahora que esperamos más de lo que nunca nos darán, damos por hecho que el juego de la verdad es riesgo y cálculo frente a la mentira, tan natural, tan nuestra. Ahora que nos toca vivir un tiempo para la confianza sé que Francis Bacon tenía razón cuando decía que la verdad es hija del tiempo y no de la autoridad. No hay verdad donde la autoridad responde antes que los hechos. Déjame, amigo lector que termine hoy así, «Ni siquiera hace frío y la llovizna/ teje un olor de mansedumbre y heno./ Ven a sentarte aquí, junto a esta líneas y bebe vino rojo. Es tu comienzo». Por cierto, el poema es de Andrés Trapiello.