Sociedad

EL CLUB DE LOS PRÓDIGOS

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No se les puede llamar derrochadores a los que han tirado nuestro dinero por su propia ventana. Sabían a ciencia incierta -que eso es la política, entre otras cosas dependientes de la meteorología- que algún cómplice iba a recoger lo que ellos tiraban. La generosidad es una virtud admirable, pero no siempre lo son quienes la practican. Para algunos constituye una inversión a más o menos largo plazo y una táctica para crear dependencias. En no mi corta vida, que ya me está pareciendo demasiado larga, he conocido a personas de verdad generosas a quienes les gustaba combatir y sabían que la mortaja no tiene bolsillos, pero no he conocido a nadie que fuera infinitamente generoso. Si hubiera caído en ese magnánimo error, sería pobre.

En España han proliferado los pródigos, con la condición de que no fuera suyo el dinero que repartían. Su largueza y liberalidad corría por cuenta ajena y así nos va a la hora de hacer las propias cuentas. «Bolsa abierta abre puertas», dice nuestro refranero y entre nosotros han abundado los cargos públicos que disparaban con pólvora ajena. Recogían el aplauso, ya que no siempre la gratitud, de los beneficiarios, pero la espantosa crisis, que empezará de verdad cuando terminen las elecciones, ya hace que sus propios culos huelan a pólvora.

No es ninguna mala idea inhabilitar a los altos cargos políticos derrochadores, pero amenaza con dejarles sin ninguna otra. ¿Qué se les ha ocurrido últimamente a estos eventuales gilipollas de ambos partidos que no fuera repartir el dinero que no tenían? Ahora se nos está prometiendo que los pródigos con nuestro pobre dinero estarán vigilados y sólo podrán gastar con «el respaldo presupuestario». En menudo lío se puede meter el señor Rajoy, que es registrador de la propiedad, si pretende registrar lo que nos es propio, como el derecho a ver toros en Barcelona. Pagando la entrada, por supuesto.