La sonrisa de Kweko
Nadie pone el cascabel al gato y, entre tanto, el nivel de la Bolsa baja como si alguien hubiera dejado abierto el desagüe
Actualizado: GuardarA veces es verdad que una imagen, si no vale por mil palabras, sí sirve para ahorrarse unas cuantas. La sonrisa de Kweko Adoboli, el broker de origen nigeriano que desde la oficina de Londres le abrió al gigante bancario suizo UBS un agujero de 2.000 millones de euros, viene a ser un buen ejemplo. La hemos podido ver en la foto que le hicieron cuando lo sacaba de su casa la policía británica. Es una sonrisa radiante, socarrona, olímpica. Ni un átomo de remordimiento, ni rastro de vergüenza. El tipo mira al objetivo del fotógrafo y sus ojos parecen decir: «Ahí os la he dado. Sois todos unos pardillos, los listos incluidos».
Y si eso es lo que quiere decirnos, no parece faltarle razón. No solo por lo fácil que es birlarle a un banco, pese a todos sus controles internos y sus cajas acorazadas, más dinero del que el común de los mortales somos capaz de concebir (piense el lector que con esa suma se pueden comprar, por poner una referencia, 20.000 coches de lujo, o 200.000 utilitarios). Sino también por lo que viene a desprenderse de las declaraciones de los gurús de la cosa económica, ya sean profesionales o políticos.
Se mire por donde se mire, no hay por donde cogerlos. Por un lado, todo el mundo, desde la gigantesca superpotencia de allende el océano hasta la mísera infrapotencia de allende el Mediterráneo, anda enfrascado en políticas de recorte y austeridad. Esa es la manera de recobrar la confianza de los inversores, nadie le presta a un manirroto, se nos viene a decir. Pero, por otra parte, se alzan los coros de economistas, con varios premios Nobel como voces destacadas, que insisten en que a fuerza de meter tijera se liquidan las posibilidades de crecimiento, que es lo que puede proporcionarle a un país capacidad de endeudarse, ya que al final hace falta liquidez año a año para devolver los préstamos y pagar los intereses. Al final, nadie pone el cascabel al gato y entre tanto, de lunes en lunes, el nivel de la Bolsa baja como si alguien hubiera dejado abierto el desagüe.
Lo mismo pasa con los impuestos. Unos prometen gravar a los ricos para repartir entre los pobres. Otros aseguran que esa es la receta para repartir más pobreza, porque se contrae el afán inversor. Todo el mundo se escandaliza con el trato a las SICAV, el paraguas fiscal de los realmente ricos. Pero la verdad escondida es simple: con el libre flujo de capitales, la elección se limita a dejarles el paraguas o quitárselo para que se lo lleven todo, dejando al fisco a dos velas. Al final, blablablá y parálisis, o medidas que se mueven en los márgenes de lo posible y que no dan el resultado apetecido, como subir el IVA cuando está bajo mínimos el consumo (salvo el de pirateo digital, que no paga).
Está claro por qué se ríe Kweko. No hay nadie al volante.