Sociedad

El año grande de Alcurrucén

Un notable toro de los Lozano gana con ventaja el concurso de ganaderías de Logroño. Distinguido Fandiño con la res premiada

LOGROÑO. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Los diez años de vida de La Ribera se celebraron con una corrida concurso. Tarta de diez velas. Seis toros: tres de encaste Tamarón-Domecq; uno de Saltillo, otro de Santa Coloma y uno de Núñez. No estaban pintados en la arena los círculos concéntricos que separan terrenos de toro y caballo en las corridas tradicionales, sino una especie de inmenso ojo de cerradura. El óculo llegaba hasta más allá del platillo. Desde ahí tenía que arrancarse el toro al caballo. El punto donde se abrían los brazos del trapecio de la cerradura estaba por fuera de la segunda raya.

Los caballos esperaron en su terreno convencional. No se graduó en escala la distancia por orden de varas. En los concursos la distancia suele ir creciendo de vara en vara de manera que el primer puyazo pueda graduarse.

Durante la suerte de varas no hubo en el ruedo más infantería que el matador y un peón de brega. Primero, Rafael Agudo, de la cuadrilla de Fandiño, y estaba en turno el que fue, en varas, el toro más fiero de los seis: un serio y muy astifino ejemplar de La Quinta. Y, luego, Daniel López, a última hora, con un sexto de Fuente Ymbro, que no derribó propiamente. Solo que, sin mano de doma ni dueño, se volcó el caballo.

No fue la tarde de los picadores. Ni una vez echó nadie el palo propiamente. En total, diecinueve viajes al caballo. La mayoría de los puyazos fueron a toro arrancado, movido o corrido y no llamado. Pero los toros vinieron desde larguísimo. No se negó ninguno ni una sola baza.

Siempre por delante el hierro de Veragua, pues, atendiendo a rigor, el orden de lidia respetó el criterio de antigüedad. Y escarbó también el toro de Juan Luis Fraile, tercero, que fue, sin aparentarlo, el de más carnes de todos: 585 kilos. Era muy largo. Fue el menos ofensivo de los seis: gacho, recogido y engatillado. Medir las fuerzas de los toros en liza no resultó sencillo, porque los puyazos y trompazos no se repartieron de la misma manera. El toro más sangrado en varas -tremendo el tercer puyazo, trasero, y recargando de bravo- fue el de Juan Pedro Domecq, uno de los solo dos cinqueños del torneo.

El impecable toro de La Quinta empujó con furia cuando tuvo desarmado al piquero en la primera vara, se creció al castigo tras un segundo puyazo severo y trasero y acabó pegándole al caballo una cornada en el cuello que no todo el mundo vio. Pero hubo que llevarse la montura a cuadras. La guarnición fue bastante más generosa de lo normal, pero la cornada del toro de La Quinta fue en el cuello. La fiereza de ese toro resultó la nota verdaderamente singular del concurso. Pues el toro de Juan Pedro tuvo, con su bravo fondo, son muy apacible, y bondad Domecq; y el de Alcurrucén apenas llegó a sangrar.

Los toreros: firme Urdiales, templado de capa y muleta con el juampedro, y breve con el toro ortigón; entero y bien posado Fandiño con el difícil toro de La Quinta. Pinar toreó con calma el graciliano de los hijos de Fraile y salvó como pudo la papeleta del toro de Fuente Ymbro.