Dos monjes budistas rezan en las inmediaciones de la zona cero de Nueva York, frente a las obras de construcción del nuevo One World Trade Center. :: AFP
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La nueva Zona Cero revive al sur de Manhattan

El solar es ahora un enjambre de grúas y trabajadores que se afanan en encajar el complejo rompecabezas de cristal y acero

NUEVA YORK. Actualizado: Guardar
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Diez años después de que los ataques del 11-S redujeran a escombros las Torres Gemelas, el nuevo emblema de Nueva York -el rebautizado 'One World Trade Center'- asciende como un ave fénix de las cenizas de la Zona Cero a un ritmo de una planta por semana. Desde lo alto de su actual estructura de 80 pisos, el lugar conocido popularmente como «el hoyo» luce más que nunca como un enorme hormiguero donde grúas y trabajadores se afanan para encajar a tiempo todas las piezas de este complejo rompecabezas de cristal y acero. Queda mucho por hacer, pero los elementos comprometidos para la conmemoración de mañana han cambiado la faz de esta grieta que lucha por cerrarse en el corazón de Manhattan. Los hierros desnudos y el cemento gris ya no son los reyes del paisaje. Unos 250 robles han echado raíces para ofrecer una tímida muestra del que se espera sea un espacio dominado por los espejos de agua y por el verdor de un apretujado ejército de árboles.

Pese a las críticas por los retrasos y el gigantesco desembolso económico, nadie duda que el nuevo WTC será mucho más sofisticado e impresionante que las míticas Torres Gemelas. A diferencia del estilo frío y funcional del proyecto impulsado por los Rockefeller hace casi 40 años, el revivido espacio es la pieza central de un proyecto más ambicioso destinado a transformar el bajo Manhattan. Una losa que pesa sobre la obra original es que fracturó la rica vida social de este barrio para convertirlo en centro de negocios de dudoso gusto. Hoy día, pocos lo reconocen como un distrito financiero a secas toda vez que la zona ha explotado con la llegada de jóvenes familias, nuevas escuelas y un tejido comercial muy variado: la diversidad típica de otros rincones de la Gran Manzana.

Las voces que han llegado más lejos en su respaldo al proyecto de reconstrucción aseguran que se trata de una de las ideas más sublimes y ambiciosas en la historia de Estados Unidos, aunque solo sea por el objetivo de resucitar uno de los lugares más emblemáticos del país y de sanar la profunda herida que dejaron los atentados. Otros, más sensibles a la crisis, prefieren pecar de aguafiestas antes que callar sobre los excesos de un proyecto monumental que, una vez concluido, habrá costado una millonada; las cifras precisas son siempre escurridizas porque a cada retraso el coste sube. El grueso de ese dinero procede de las arcas públicas porque tanto el suelo como los edificios destruidos en 2001 son propiedad de la Autoridad Portuaria de Nueva York y Nueva Jersey.

«No hay nada de malo con la construcción de un monumento nacional para evocar a las casi 3.000 personas que murieron durante los atentados del 11-S hace una década», ha escrito el columnista de 'The New York Times' Joe Nocera, en un arranque de franqueza que muchos han agradecido. «Lo que yo intento sugerir, sin embargo, es que lo que está siendo construido en nombre del 11-S -una estructura con un valor de 11.000 millones de dólares (unos 8.000 millones de euros)-, es un ejemplo de todo aquello que está mal con los gobiernos modernos», añadió Nocera, criticando así los excesos de un proyecto que ha estado rodeado de polémica desde el momento en que nació, hace ocho años.

Construcción polémica

Como respuesta automática a la magnitud del desastre, las instituciones detrás de la reconstrucción idearon un proyecto babélico, a la altura de la urbe más emblemática del planeta. Hasta aquí nada extraordinario, si se considera que Nueva York es el símbolo de la pluralidad racial y la diversidad cultural, con más de 200 idiomas utilizados diariamente en sus cinco distritos.

El problema es que, con una obra que involucra a 19 agencias federales, cien empresas de construcción o subcontratistas y una treintena de diseñadores, arquitectos y constructores, los auditores del monumental proyecto reconocen que sigue habiendo demasiadas interrogantes en el aire que han lastrado la obra y siguen sin resolverse. La proximidad del décimo aniversario y toda la carga de emotividad que se respira ha aparcado temporalmente esas cuestiones. No está claro, sin embargo, si el proceso de inauguraciones que ahora comienza y que se alargará hasta 2016 -incluidas las cuatro torres destinadas a espacio comercial y de oficinas- marcará un cambio de tendencia y la mayoría del país terminará por abrazar el que está llamado a ser el gran símbolo nacional del siglo XXI.

El gran atractivo de la zona será el 'National September 11 Memorial and Museum', un proyecto del arquitecto Michael Arad y del paisajista Peter Walker seleccionado entre 5.200 propuestas procedentes de 63 países. Ambos elementos ocupan aproximadamente la mitad del espacio de las más de seis hectáreas donde se erguía el complejo original. Mientras la inauguración del museo se demorará todavía un año, la eje central sobre el que girarán los actos de este 11-S es el monumento a las víctimas, cuya apertura al público esta prevista el día 12.

El espacio consiste en dos piscinas rectangulares de granito negro que descansan en el lugar exacto donde se levantaban las Torres Gemeala. Están rodeadas por cuatro cascadas de 30 pies de altura, revestidas hacia el exterior con gigantescas placas de bronce que contienen los nombres de las 2983 víctimas de la masacre en Nueva York, Pensilvania y Washington además de los fallecidos en el atentado islamista de 1993 en el mismo lugar. «Este monumento conmemorativo le dice al mundo todo lo que perdimos ese día y cómo nos hemos repuesto», ha manifestado el presidente del proyecto, Joe Daniels.

A unos pocos metros, en el barrio donde se erigían las dos moles la vida bulle como nunca gracias a los nueve millones de personas que se dejan caer por allí cada año. Tanto movimiento que se ha multiplicado el número de hoteles; 18 sobre 6 que había antes de los ataques. Para cualquier visitante que llegue a Nueva York, la Zona Cero hace tiempo que es lugar tan obligado como Times Square y la Estatua de la Libertad.