Sociedad

DERECHO A LA VIDA, DICEN

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La retirada de la sonda nasogástrica a la anciana de 91 años ingresada en el hospital Blanca Paloma de Huelva está sirviendo, a estas alturas del siglo, de globo sonda. Habría que preguntarles a los hechiceros menos piadosos de la tribu qué entienden por «muerte digna», pero antes nos tenían que explicar a qué le llaman vida. Cuando aquella atrocidad que provocó la talidomida, algunos defendieron el derecho a vivir de los que nacieron sin ojos y sin manos. Los que estamos de acuerdo en que toda existencia es sagrada nos atrevimos a discrepar de que a existir en esas condiciones le llamasen vida. En otras épocas nos hubieran condenado a la hoguera.

Nadie puede atribuirse que quiera más a la madre que el hijo de esta pobre señora. Confiesa que se ha sentido «aliviado» por que al fin la hayan dejado descansar en paz. Algún día, o en algún siglo venidero, se asombrarán de esta legalización de la crueldad, con sus consiguientes castigos para quienes ahorran sufrimientos ante un final irreversible. Hablo de eutanasia, o sea, de bien morir, no de cargarse al abuelito porque tose mucho, tesis que no me conviene, ya que sigo fumando un poquito demasiado, o sea, lo justo. Me refiero a los desahuciados sin esperanza, previo dictamen de los médicos que han hecho todo lo posible y por lo tanto saben que no hay posibilidad alguna. No se trata de matar a nadie, sino de impedir que cualquier persona que termine sus días terrestres y reitere su petición no tenga tantos inconvenientes. Algo tendrá que decir el protagonista. Debe ser escuchado cuando aún esté vivo. Si está en las últimas no se sabe lo que puede decir porque en general no se le entiende.

Los especialistas en eso que llamamos «después» siguen empeñados en amargarles la vida a quienes ya no la tienen y quieren morir sin dolores horribles y sabiendo quiénes eran. Esperando, según los casos, volver a la nada o encontrar la misericordia.