Editorial

Europeísmo alemán

El Gobierno de Merkel no puede ejercer su liderazgo desde el recelo a los demás países

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La resolución del Tribunal Constitucional de Alemania, desestimando la demanda contra la aportación de dicho país al rescate de Grecia y avalando su participación en el fondo de estabilidad, ofreció ayer el respiro que las economías europeas precisaban tras el lunes negro, moderando la prima de riesgo que pesa sobre España. Aunque tanto la indicación del alto tribunal de que las decisiones en ese terreno deberán contar con el debido plácet parlamentario, como los términos en los que Angela Merkel defendió en el Bundestag su «misión central» de conducir a Europa hacia la recuperación anuncian que el liderazgo alemán continuará basándose en una exigencia creciente hacia los demás socios. Claro que esa apuesta común y disciplinada por la consolidación presupuestaria y la competitividad presenta, en la posición de Merkel, un límite infranqueable al negarse a compartir las actuales deudas soberanas mediante la emisión de eurobonos. Una opción que el gobierno conservador de Berlín se resiste a contemplar siquiera como la consecuencia última de la paulatina armonización que propugna, y que hoy rechaza de plano porque supondría, en palabras de la canciller, «esconder la basura debajo de la alfombra». La desconfianza respecto a la situación de los demás países europeos, en especial de los del sur, se ha convertido en un verdadero estado de opinión en Alemania, y amenaza con enquistarse a modo de un prejuicio que afecta también a las economías centrales de la Unión. La intervención de Merkel en el Bundestag reflejó ayer una excesiva autocomplacencia al reivindicar para sí que Alemania «ha salido de la crisis más fuerte que antes», mientras las previsiones inmediatas hablan de una fuerte ralentización de su actividad económica frente a las expectativas generadas por el primer trimestre del año. El tribunal constitucional alemán ratificó ayer el marco de responsabilidad que compromete a la primera economía europea respecto a sus socios. Pero el futuro de Alemania depende también de que sus dirigentes no lo conciban desde una actitud desapegada y recelosa hacia el esfuerzo de los demás europeos.