Cantos de sirenas
PROFESOR Y ESCRITOR Actualizado: GuardarVolverán pronto las sirenas a llamar con monótona melodía a los portadores de pesadas mochilas a sus espaldas. Pronto se volverán a inundar los patios de papeles de aluminio y bulliciosa algarabía. Recobrará vida pronto el eco docente en aulas pobladas de una extraña mezcolanza de ojos curiosos y de los bostezos que denuncian el tedio. Pronto comenzará un nuevo curso escolar.
Alumnos, padres, profesionales del ramo y gestores desde los más altos niveles políticos comenzaremos un año más a remar en este proceloso océano sin saber exactamente a qué puerto arrivará nuestra valiosa nave. Cada uno remando al son que marcan las necesidades, las capacidades intelectuales y económicas, la propia experiencia y, en última instancia, el supremo interés nacional.
Este verano he estado leyendo 'El Elemento'. Exitoso libro de Ken Robinson, experto en eso que se ha dado en llamar Desarrollo de la Innovación y Recursos Humanos, sobre nuestro actual sistema educativo. En contra de lo que pudiera pensarse su lectura resulta altamente gratificante.
Expone sir Robinson que nuestro modelo occidental se corresponde con un sistema de educación industrial, es decir, un modelo basado en la producción. Es por esto por lo que lo considera totalmente anacrónico. Anacrónico tanto en términos económicos, como sus vertientes cultural y personal. Con respecto al primero asegura que los Estados invierten en educación porque están convencidos de que la creación de buenos profesionales revertirá de manera positiva en la propia economía. Pensamos, por otro lado, que la educación desarrollará en nuestros jóvenes un sentimiento de identidad cultural y, por ende, una clara idea sobre su lugar en el mundo. Y en lo que se refiere al aspecto personal pocos serán los que no estén de acuerdo con el argumento de que la educación puede llevar al individuo a descubrir sus propios talentos y destrezas.
Pues bien, denuncia este experto el fracaso de todas estas directrices. Primero porque seguimos produciendo profesionales según el modelo de demanda industrial cuando estamos inmersos en un mundo dominado por los sistemas de información y una economía de servicios, a lo que hay que añadir que la gran producción industrial está ahora en manos orientales. En segundo término, porque no contamos con la transformación cultural experimentada por este mismo mundo, que lo ha hecho terriblemente complejo, interdependiente (globalizado, se dice) y sumamente peligroso por la intolerancia propia, pienso, de quien rechaza lo ajeno como modo de reafirmarse en sus creencias. Por último, habla del fracaso de un sistema que lleva a la mayoría de los alumnos hasta el final de sus estudios sin haber descubierto qué es aquello que verdaderamente se les da bien.
El panorama, como se comprenderá, visto desde esta perspectiva resulta altamente desolador. Recapacitas y ves que los educadores continuamos guiando a nuestros alumnos por esa trillada senda. Los padres y los más esforzados alumnos, por su lado, siguen aferrados a la vieja idea de que el sistema de enseñanza les ayudará a conseguir cuando menos una salida profesional y, aunque esto es algo ya más secundario, les proporcionará cierto conocimiento del mundo. Con respecto al desarrollo personal, son mayoría los que al acabar bachillerato continúan sin tener ni la más remota idea de lo que realmente querrían ser.
A la luz de la reflexión de Robinson, estaremos de acuerdo de que el orden de prioridades debería ser justo el contrario. Alcanzar un amplio desarrollo como persona debería ser el primer objetivo, tomar conciencia del mundo globalizado en que vivimos estaría en segundo lugar y, en última instancia, lograr cierta capacitación que permitiera una salida profesional.
Nuestro sistema educativo nacional no sólo va contra este último modelo, sino que ha logrado rizar el rizo hasta el punto de fijarse una suprema meta: la titulación. Nuestro sistema educativo es hoy una pesada maquinaria, por otro lado falta del suficiente engrase económico, dedicada en exclusiva a la producción de titulados. Si Europa exige titulaciones, pues vamos a darles titulados a Europa. No importa el modo, no importa el deterioro del propio mecanismo, mamá Europa contará con nuestros felices titulados. Que ese título sea a la larga simple papel mojado eso es algo políticamente asumible para los que alimentan y rigen la tozuda maquinaria.
Como se comprenderá, demandarle a este mecanismo músicos, bailarines, cineastas y qué sé yo, hasta buenos atletas, dirección en la que camina la tesis de Robinson, sería como pedirle peras al olmo. Materias como la música, el cine, la creación literaria o el deporte, que deberían ir trenzadas con las asignaturas consideradas imprescindibles, sólo aparecen para rellenar escasos huecos en los horarios o simplemente no aparecen, por lo que descubrir un talento oculto en algunos de nuestros jóvenes resulta tan extraordinario como encontrar casualmente una pepita de oro en el lecho arenoso de un río.
Únicamente preocupa fabricar titulados como quien hace rosquillas. Crear individuos con cierto sentido de su identidad, conscientes de sus objetivos y seguros en su propio bienestar, ese feliz punto de encuentro entre las aptitudes naturales y las inclinaciones personales, que es a lo que Robinson denomina precisamente el Elemento, son demandas que hoy por hoy la herrumbrosa maquinaria simplemente considera como engañosos cantos de sirena.