VISTO Y NO VISTO
Actualizado: GuardarNos referimos al ilustre ciudadano socialista Alfonso Guerra, no desaparecido en combate sino, quizás, en la fatiga de tantos trienios en la vida pública. Visto y no visto en el Templo parlamentario. Lo fue todo en el lugar, terror de tibios y tornadizos, látigo de siete puntas de de tránsfugas y verdugo de burócratas descomprometidos. Así las cosas, don Alfonso andaba como desparecido en el cruel combate político de estos mandatarios del presente con escasa cultura partidaria e irresistible tendencia a la comodidad y al 'hoy por ti, mañana por mí'. Así están las cosas públicas y en la frágil y desafortunada Unión Europea y de la Roma vaticana de los cardenales de frágil capacidad de autoestima y de irrefrenable atracción por la vida dulce y placentera.
Llevábamos trienios sin contemplar por el invento catódico al señor Guerra, antiguo hostigador de socialistas acomodados y de pulpos enriquecidos por la obscenidad política y económica de la época. Pero, miren por dónde, vimos a Guerra fugazmente en el último plenario parlamentario del curso político en medio del rebujo de señorías parlamentarias ansiosas hacia los pasillos de la santa casa democrática para fumarse un pitillo y, flash, visto y no visto.
Guerra, quizás, no pudo superar el distanciamiento de González ni la muerte súbita de Abril Martorell, el único líder de derechas con redaños y cultura para enfrentarse a los rojos de casino en la Cámara en aquellos primeros años de la Transición. Guerra es frío, pero sentimental y comprometido. Hay quien lo vio llorar en un avión al enterarse del óbito de su adversario político. Y, tal vez, entre el distanciamiento de González y la desaparición de Abril, Guerra entró en el desconsuelo definitivo de las almas maduras y probadas. Se retiró a un segundo plan con la misma dignidad de los grandes maestros de la tauromaquia. Pero lo de Guerra es imposible. Deseó, sin confesarlo nunca, haber sido Picasso, o Pablo Iglesias, sin descartar su fascinación por el matador Juan Belmonte. Lo tiene claro el ilustre: estos tiempos están devaluados. Y el PSOE, el partido de toda su vida, está aparentemente machacado y posiblemente agotado hasta la extenuación. Estos tiempos no son para Guerra. Se creyó que podría tomarse una pausa y ahora mira a su alrededor y solo percibe desolación y nostalgia. Aún le quedan fieles en Sevilla y Málaga, pero Alfonso, al día de hoy, es una metáfora. Y las metáforas no cambian la historia. En realidad, la historia no tiene ni un ápice de moralidad.