Moda y diversión después de la tormenta
NUEVA YORK. Actualizado: GuardarEn cuanto las lluvias torrenciales amainaron, los neoyorquinos salieron a la calle con su gala de huracán. La colección de impermeables de marca y botas de agua con tacón parecía salir directamente de las tiendas del Soho, donde algunos hacían cola para tomar el 'brunch' en los locales abiertos.
No bastaba con exhibir la colección que tan poco uso recibe, había que justificarla. Por eso muchos buscaban con insistencia las calles más inundadas y se metían en los charcos de la autovía FDR para que sus amigos les fotografiasen con el agua por debajo de la rodilla. Modelo reportero de huracán, que es lo que han puesto de moda los canales de noticias.
Sin metro ni autobuses era el día perfecto para sacar las bicicletas que tanto ha promocionado la ciudad, con sus 680 kilómtros de carril bici. O de practicar footing por los paseos del río, que proporcionaban las mejores vistas de las calles anegadas. La naturaleza reclama el terreno robado y el agua se había filtrado por metros y sótanos hasta los mismos cimientos de las Torres Gemelas, monumentos a las víctimas del 11-S.
Por contra, los bomberos no daban abasto para bombear agua o retirar árboles y la Policía recorría las calles recordando por los megáfonos que la emergencia no había pasado. «Los vientos siguen siendo muy fuertes, quédense en casa y aléjense de los árboles y del tendido eléctrico», rogaban.
Nada, el pánico había dejado paso a la normalidad. La noche antes, mientras 'Irene' azotaba con fuerza la ciudad hasta los delincuentes se escondieron. Apenas 45 arrestos en comparación a los 345 de media que deja cualquier otro sábado por la noche, destacó el alcalde, convencido de que Nueva York nunca será Nueva Orleans porque «los neyorquinos se unen ante las catástrofes».
Ayer los que volvían a casa sin rechistar a pasar la resaca eran los que aprovecharon la evacuación para celebrar «la fiesta del huracán», que se repitió en los bares de moda. Una buena oportunidad para vaciar las existencias y darle a los clientes una noche para recordar. Solo en ese estado se podían pagar los 50 dólares (unos 35 euros) que algunos taxistas pedían por trayectos de 10 o 12, en ausencia del transporte público.