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Humpty-Dumpty

La reforma constitucional resguarda al país de futuros aventurismos fiscales

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Los minutos de la basura de esta infausta legislatura han traído lo que menos se esperaba. Una reforma constitucional promovida a través del consenso exprés. Años lamentando unos y otros la falta de consenso y la rigidez de la Constitución, para descubrir a última hora que, bajo las condiciones de presión adecuadas, la Constitución no solo puede reformarse, sino que la reforma puede quedar despachada en menos de 30 días.

Vayamos por partes. Hay que distinguir la sustancia por un lado y la forma y el procedimiento por otro.

Desde el punto de vista sustancial, la reforma es necesaria y conveniente. Téngase en cuenta que cuando se elaboró la Constitución el único sujeto público que podía emitir deuda era el Estado, la deuda pública en circulación era inferior al 15% del PIB, y no formábamos parte de la UE y menos de la entonces inexistente Unión Económica y Monetaria. Desde el punto de vista de equilibrio presupuestario y sostenibilidad fiscal, entre la situación de entonces y la de ahora no hay apenas relación. Pero, además de ello, la reforma es urgente. De su seriedad, de la profundidad de los compromisos que se constitucionalicen, va a depender cómo nos miren los mercados, cómo nos mire Bruselas, y, sobre todo, qué actitud tenga el BCE a la hora de decidir qué compra en los mercados secundarios de deuda.

A la vista de todo ello, el procedimiento podría parecer un asunto menor. No lo es nunca cuando se trata de reformar una Constitución. Las críticas -algún constitucionalista ha hablado de «chapuza»- pueden tener alguna base en cuanto a que la premura con la que el texto se va a debatir en las Cámaras no es la ideal, pero hay que subrayar que, procedimentalmente, lo que va a hacerse es impecable tanto por lo que hace a las exigencias de la propia Constitución como a la conformidad con el Reglamento de las Cámaras. Y, lo que me parece más importante, la iniciativa se basa en un anchísimo consenso.

Y queda una cuestión en el aire, la del impulso. Es de cajón que Zapatero ha sido convencido por la troika formada por Merkel, Sarkozy y Trichet. ¿Es malo ello? Rotundamente, creo que no. Lo que se ha acordado es bueno para la gobernanza futura de nuestro país, que queda a resguardo de cualquier tentación de aventurerismo fiscal como el que hemos padecido en estos últimos años. Sin esa presión externa, es muy difícil que un Gobierno en fase terminal hubiera dado un paso como este que, visiblemente incomoda a su candidato y supone entregar un estandarte a su principal competidor. Pero, al final de sus días monclovitas, parece que Zapatero al menos ha aprendido una lección de realpolitik. Hemos pasado de declarar que la «tierra no pertenece a nadie, solo al viento» a entender a Humpty-Dumpty: «La cuestión es quién manda, eso es todo». O, por lo menos, algo es algo.