El maestro riojano ejecuta un golpe de pecho ante su primer enemigo. :: EFE
Sociedad

Notable tarde de Urdiales

Templado, encajado y puesto de verdad, el diestro de Arnedo torea con categoría al mejor toro de la corrida

BILBAO. Actualizado: Guardar
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Para que un toro bueno lo sea y lo parezca, dicen los banderilleros de la vieja escuela, es imprescindible el papel del torero en danza, y en el caso del primero de Fuente Ymbro, pasó justamente eso: que Diego Urdiales anduvo con el toro bien de verdad. Templado y ajustado con el capote, pero sintiendo ya entonces los recados que el toro mandaba por la mano izquierda, gaitazos al cuello; fino y grácil en un quite por chicuelinas posadas, de giro vertical y corto vuelo, que las encarece; y, al fin, casi en los medios, y descolgado de hombros, puesto en el sitio preciso. El que convino al toro, y ahí ligó tres primorosas tandas de cuatro y hasta cinco con el de pecho, y aquí el cambio de mano por detrás y allí, y las tres veces, el de pecho de suerte cargada, que parece siempre distinto. Porque lo es.

Iba a ser tarde completa del torero de Arnedo. Solo que el cuarto de corrida, recogido en lances de lindo mimo -excelente media de remate-, suelto luego a galope libre, escupido del caballo y con ganas de soltarse, no se prestó. Batidas desiguales.

Protestaba cuando Diego le bajaba la mano, pero se le subía a las barbas si no. Ten con ten, pero el que no quería pelear era el toro, que buscó irse. En la primera huida, Diego improvisó un molinete de recurso y lo ligó con el de pecho y otro molinete cuando volvió el toro a venírsele. La sospresa dejó a la gente encantada. Era el momento de cambiar de espada y entrar a matar. Pero Diego se empeñó en seguir.

César Jiménez volvía a Bilbao con los puntos mal cerrados de una cornada de solo el sábado. Los toreros serios disimulan y César disimuló. Codicioso, algo frágil, escarbador, el segundo llegó a enterrar pitones pero también a agarrarse al suelo y a rebrincarse.

En la corta distancia se asfixiaba; en la otra, se entregó bastante más y mejor. Firme César, pero en faena de dudas. La gente se puso de parte del toro tercero solo porque en el primer puyazo, peleado en serio, cobró lo que no está escrito. Fue toro, sin embargo, de mucha elasticidad, y repetidor, pero el ambiente se le había torcido a Tejela por culpa del puyazo, y ahora se puso a escarbar la gente, a reclamar que se cruzara con el toro, pues, según suele, Tejela tiene cogido el sitio a los toros al hilo del pitón, y ahí los rompe cuando los cuaja. No éste. El quinto tuvo perverso fondo y César Jiménez se tapó lo que pudo. El sexto, tan bélico en el caballo, encelado de bravo, escarbó después y sacó en la muleta aire difícil: revolverse, buscar por debajo, disparar. Eso obligó a Tejela a andar despierto. Sin apurarse. Ni redondear.